Que decía atropelladamente la mamá de Mafaldita cuando volvía de la compra, y que traducido resulta "Es un escándalo, un abuso". No sólo el tanguillo gaditano se va perdiendo y es una pena; también se pierden nuestras más aclamadas costumbres, esas sobre las que hemos levantado hitos de nuestra civilización y nuestra convivencia.
O sea, les explico. Estamos la parienta y yo esperando a que salgan los niños del colegio. Tenemos por delante media horita larga, es mediodía y hace calor, y en este sitio privilegiado y a esta hora intempestiva, lo que se tercia es una cervecita con su tapita. Lo más normal, lo más civilizado del mundo.
Y eso fue lo que cayó: una cañita para el menda (no había Cruzcampo Light, cachis), su cocacolita con hielo para mi mujer, y dos tapitas, dos de ensaladilla. El bar, que es pijo y algo incómodo (la barra es de diseño, pero apenas caben cuatro comensales) tiene un buen surtido de tapitas, pero tardan lo suyo si son calientes, y las frías te las sirven ipso facto. Además, que se nos apeteció a ambos los dos la tapa de ensaladilla, cónchiles.
En su loa, reconocer que la ensaladilla está excelente. Un poco escasa, tal vez, pero me temo que la ensaladilla, si ya es difícil probarla buena, desde que la sirven como si fuera una bolita de helado te deja siempre con ganas de más: tiempos perdidos ya, los de la ensaladilla servida al albur del camarero, palada a palada, rebosando el platillo ojival (estos platos de ahora son cuadrados y, ya digo, de diseño).
Nos tomamos nuestros aperitivo, mientras hojeamos el periodiquillo gratuito y nos sorprendemos con la noticia de que este domingo, en el Traca-playa, una intrépida gaditana recogerá firmas en contra de las Barbacoas del Carranza. Allí estaremos. Pido la cuenta, pago.
Y entonces miro como quien no quiere la cosa la factura, quizá porque mi instinto arácnido me advierte que ha localizado de refilón cinco ítems y no cuatro. Y, en efecto, hay cinco entradas: la cañita de cerveza (era Alhambra, por cierto), el cocacola, las dos ensaladillas que estaban excelentes aunque a poco supieron... y un coste extra, cincuenta céntimos, de pan y picos.
Cincuenta céntimos de pan y picos. Pase porque te lo cobren en un restaurante (ya hablamos por aquí de aquella vez que me los cobraron en una pizzería ... donde no he vuelto a entrar, por cierto), pero en una barra de un bar es en efecto, para no volver a pisar el barcito pijo. Cosa que a partir de ahora haré, me temo, porque uno es así de solidario consigo mismo.
Y no por los cincuenta céntimos, sino por el absurdo. El pico es tan consustancial a la tapa de ensaladilla como el pan a la tapita de guiso para hacer barquitos (bien sabe de eso el gran Pepe Monforte). Sentrañas mías, dueño del bar, afamado empresario hostelero de la ciudad que sonríe, sube el precio de la tapa si quieres, pero no hagas el ridículo ni el cernícalo de esa manera.
¿Qué será lo próximo? ¿Alquilarnos los vasos?
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