Hemos mitificado el cine de los ochenta y, evidentemente, me dirán ustedes que la versión original de Desafío total es la caña. Pero déjenme que les confiese, ahora, veintidós años más tarde, que a mí la original me dejó bastante frío, que no me la creí ni engañó en ningún momento, que me divirtieron algunas idas de olla, me gustó más Sharon Stone que Rachel Ticotin (menudo fallo de casting, oigan), y en ningún momento me creí que un tiarrón como Arnold Schwarzenegger tuviera necesidad de salir corriendo delante de nadie. Los efectos especiales estaban bien para la época, aunque el final de traca y luces rojas en aquel Marte de cartón piedra clamaba a gritos haber buscado otro final distinto y con menos pirotecnia.
Ahora vuelven a contarnos la misma película. Casi literalmente. Y, oigan, sabrán ustedes que a mí Paul Verhoeven es un cineasta que me encanta, y que del director de este remake, Len Wisemen, apenas he visto la Jungla 4, que psé, y el piloto de Hawai 5.0, que psá. Lo cual no quita, y quizá no sea mérito del director, que esta versión sea bastante superior a la original. Por lo menos en dos aspectos: la puesta en escena y el actor principal.
La película es prácticamente la misma que ya hemos visto, ya que está basada en el guión original más que en el exiguo relatito de Philip K. Dick "Podemos recordarlo todo por usted" (frase que se pronuncia, por cierto, en la publicidad de la empresa Total Recall en un momento de la historia), pero la tecnología y los efectos especiales han dado un salto espectacular desde 1990 y aquí vemos dos mundos, el de arriba y el de abajo (literalmente: la trama de Marte sí que desaparece), donde los encargados recrean a su aire... la estética de otras dos películas basadas en sendas historias de Dick: Blade Runner y Minority Report. Un detalle que se agradece, por cierto, pues crea una especie de sensación de estética de mundo compartido.
Colin Farrell, no hace falta decirlo, es bastante mejor actor que Arnold. Incluso podríamos preguntarnos a estas alturas si Arnold es actor, pero no entremos a ese trapo. Lo cual quiere decir que comunica bastante mejor los estados de ansiedad y dudas que su personaje va encontrando a lo largo de la trama, más la inevitable sensación de indefensión y fragilidad necesarias. Les reconozco a ustedes que Farrell no es santo de mi devoción, pero aquí me ha convencido plenamente (y, sí, creo que interpretaría bien, como se está diciendo, a un torturado Bruce Wayne).
Se obvia la trama de Marte, ya les digo. Hay un par de referencias divertidas a la película original, en especial la escena del pase a través del escáner. Tiene unos robots policiales blancos que son mucho más bonitos que los stormtroppers, que ya es decir, y las dos féminas están en sus respectivos papeles, quizá demasiado parecidas entre sí, pero lo mismo es parte del juego. Da mucho miedo Kate Becksindale en su papel de Lori (aquí el personaje dura más que en la versión original), si bien sus motivaciones, una vez descubierto el pastel, quedan un poquito desdibujadas. O será que los mercenarios a sueldo tienen una cláusula que les obliga a cumplir los contratos aunque ya no haya jefe que te vaya a pagar la nómina.
Igual que la película anterior, y que buena parte de la obra de Dick, la película juega con las percepciones y los conceptos sobre qué es la realidad o no. Juega bien a esa baza hasta que llega el momento de destapar el mazo... y entonces la película pierde fuelle y los últimos veinte minutos se reducen a un chunda-chunda de efectos especiales en un ascensor que va de una punta a otra del planeta y que no sé a santo de qué han traducido como "La cascada" cuando el original es "The fall". En el juego de cuál es la personalidad real de Douglas Quaid y cuántas capas de recuerdos falsos pueda tener dentro de la cabeza, me faltan un par de vueltas de tuerca, como le faltaron a la versión de Schwarzenegger: descubierto el plan, la película baja enormemente, y por más que se intente jugar en los minutos finales a alterar de nuevo la percepción de lo que es y lo que no es, no se consigue. Me temo que por concesión a los públicos, que no están por salir del cine y comerse el coco un rato.
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