Oscurecido un tanto por la posterior y merecida fama que su competidor Swamp Thing (La Cosa del Pantano) obtuvo para la historia de los cómics con la llegada de Alan Moore a sus guiones, la contrapartida marveliana del hombre de limo y cieno parece relegado a un injusto segundo plano, con absurdas acusaciones de plagio incluidas. Se olvida que El Hombre Cosa fue publicado un mes antes que La Cosa del Pantano... y que, en todo caso, tanto un personaje como otro no son sino la puesta al día/homenaje (por parte de Gerry Conway y Len Wein, amigos que compartían apartamento y en aquel momento trabajaban para las empresas rivales) del personaje The Heap de los años cincuenta.
Mucho tiene El Hombre Cosa, al menos en su primera andadura, que enseñar a La Cosa del Pantano, al menos en su primera andadura. Donde el segundo, y pese a los dibujos de Berni Wrightson, no es sino un hombre de barro, el primero, que ahora nos ocupa, es desde el principio un ser que ha perdido la humanidad, y hasta la consciencia de sí mismo, en el accidente científico que lo ha creado (La Cosa del Pantano no comprendería que había dejado atrás su humanidad hasta la revisión que hizo del personaje Alan Moore años más tarde en aquel magistral episodio "Lección de Anatomía").
Ted Sallis, un científico perseguido por hampones y engañado por su propia y sensualísima esposa, decide inyectarse a sí mismo el suero con el que está investigando antes de estrellarse con su coche, y morir, en los pantanos de Florida, para verse renacido en el extraño ser (pues no es hombre, ni siquiera animal) que a partir de entonces va a permanecer en claro estado vegetativo, pese a su movilidad, a lo largo de las historias que vendrían. Apartado en principio del universo marveliano, una pronta revisión del origen asimilaría el fruto de sus experimentos al grupo tecnoterrorista IMA (los hampones que perseguían a Sallis) y al suero del supersoldado que creara al Capitán América.
Sin embargo, al contrario que el grueso principal de los superhéroes de la casa, El Hombre Cosa apenas variaría su teatro de operaciones, permaneciendo confinado en los pantanos que lo han visto nacer. Máximo exponente (junto con su contemporáneo The Zombie) del personaje pasivo de los años setenta, El Hombre Cosa es en realidad un ser empático que se nutre de emociones ajenas y que, cuando provoca miedo en las otras personas, involuntariamente, los hace arder.
La llegada del gran Steve Gerber (de quien se llegó a decir que era el mejor escritor en los cómics, aunque no necesariamente el mejor escritor de los cómics) convierte el pantano en un nexo de realidades donde asoman y desaparecen todo tipo de elementos extraños (entre ellos nada menos que el luego famosísimo Pato Howard), creando un tebeo de fuerte contenido literario en ocasiones (experimentos donde Gerber se adelanta muchos años a Alan Moore), claramente hippie y hasta ecologista avanzado, donde una de las perlas narrativas, inaudita para la época, es que la empresa constructora que pretende desalojar el pantano para construir un aeropuerto y destruir a la criatura que lo defiende sin saberlo pertenece a un millonario con el meridiano nombre de F.A. SCIST.
Mudo, lento, doloroso testigo de historias ajenas, sidekick él mismo de sus sidekicks (un joven progre llamado Richard Rory que parece claramente inspirado en Roy Thomas, y una bella no del todo desvalida, Ruth Hart), la exploración que Gerber hace en la primera de las diversas series que desde su aparición en Savage Tales y su paso por títulos como Astonishing Tales o Adventure into Fear hasta conseguir un título con su propio nombre a partir de enero de 1974, le lleva a rescatar con igual fortuna vikingos o conquistadores españoles a la búsqueda de la eterna juventud en las Everglades de Florida, introducir un Asesino de Locos dedicado a eliminar a cuanto pecador se encuentre en su camino, hacer fantasía heroica con magos, duendes, patos y guerreros y presentar el Culto a la Entropía, poner en solfa el integrismo y defender la libertad de expresión centrando su tesis en la defensa de una emisora de radio independiente y, al menos en la historia donde Man-Thing y sus amigos han de juzgar la vida de un triste payaso suicida, contar uno de los relatos más conmovedores de la historieta mainstream de los años setenta.
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