Estuvimos anoche, como todos los años, en la fiesta de los premios de La Voz, donde se galardona a quienes han destacado como gaditanos emprendedores y, en el fondo, lo que hacemos es celebrar la existencia del periódico. Para mí, que colaboro los lunes con mi columnita, es la manera de entrar en contacto, siquiera unos minutos, con la gente de la redacción a la que sólo conozco vía e-mail o por teléfono, los que dan forma cada día a ese ejemplar que luego se convierte en papel mojado o, como en la entradilla de Lou Grant, en fondillo de jaula para pájaros. Una metáfora de la vida, el periodismo, sin pretenderlo.
Pues bien, a las fiestas de La Voz acude más o menos todo Cádiz. Si no vas a la fiesta de La Voz, nos comentaba ayer con sorna un amigo también colaborador, es que no eres nadie ni siquiera en Cádiz. Pues allí estuvimos, con complejo de alcohólico yo mismo por aquello de que había ido en mi coche (la fiesta fue en El Puerto) y tras dos cervezas me podía costar la cosa los tres puntos, y deseando una tercera que me refrescara como Obélix el quinto jabalí que le cubra un ratito la bajura de tórax.
El todo Cádiz se extiende al todo Jerez y el todo El Puerto. La jet set, como si dijéramos. Gente con mucha pasta en ocasiones, y otra gente que uno no sabe qué demonios hace allí (imagino que pensarán lo mismo en mi caso). Ellas, no importa la edad, van monísimas y arregladas y da gusto verlas. Ellos, o sea, nosotros, vamos hechos una pena.
La moda se hace para las mujeres, como los anuncios de detergente. Y en primavera y verano las mujeres lucen palmito, incluso las que tienen el palmito ya caducado. Pero la ropa masculina... un horror de chaquetas y camisas y corbatas. ¿Qué ha avanzado la moda para hombre en setenta, en ochenta años? En que las camisas son de colorines y las corbatas ahora son de color pastel: los colores más repetidos, ayer, el rosa palo y el celeste helado de pitufo.
Y eso es lo malo, claro. Que la formalidad del traje de chaqueta hecho a medida o no se contradice una jartá con la camisa de rayas (¡o de cuadros!) y la corbata ladeada, con nudo enorme o con nudo chiquitito, y el tamaño doble ancho que ahora tienen las corbatas, que te cubren toda la barriga del nudo del cuello para abajo. Un horror. Un espanto. ¡Cuántas corbatas no pegaban ni con cola con cola con las chaquetas y las camisas! ¡Qué difícil era encontrar a un señor, no importa la edad, que supiera casar el equilibrio de colores y contrastes entre una y otra! ¡Y cuánta calor tuvo que disimular tanta gente, sin aflojarse el nudo del cuello y soportando la presión y la incomodidad de la chaqueta!
Lo dicho: que la moda para hombres, sobre todo en el verano, tiene un problema de gañote, y ya es hora de que en vez de vestir a tanta petarda se empiece a pensar en una vestimenta que de clase y no obligue a seguir el martirio chino que inventó el señor Cravat, con to sus castas. Lo del cuello Mao fue una idea. Las camisas que usan los mafiosos ingleses, cerradas con broche y sin corbata, otra. Lo malo es que la alternativa por venir pueda ser la corbata doble aquella que martirizó a Marty McFly en un futuro que, en cuestión de trapos, tampoco dista demasiado de nuestro presente.
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