Anoche, en CSI Miami. Pantalla partida, al estilo viñetas de cómic, mocetones y mocetonas en una piscina, despechugados ellos, embikinadas ellas, mojitos, caipiriñas, cremas solares, incluso una bebida azul. Una sombra cubre los rostros de la gente que se amodorra, todos miran hacia arriba, sorprendidos. Pero no es un pájaro, ni un avión, ni un zeppelin.
Es un eclipse. Así, surgido de la nada, un eclipse total de sol que el malo aprovecha para apiolar a uno de los que están mirando.
Porque están todos mirando. Como si fuera una cosa que no han anunciado antes en la prensa ni en la tele, extasiados, conmocionados incluso. Un eclipse que no se esperaba nadie, al parecer. Un eclipse que todos miran así, a pelo, como el que otea un barco en lontananza.
Cuando llegan los chicos de Horatio, todos se dedican al fiambre, no a atender quemaduras retinales, ni mareos, ni sofocos.
Y aquí el espectador se pregunta cuántos otros goles por la escuadra nos meterán en la parte técnico-científico-forense que no dominamos. O sea, en todo el resto de los argumentos.
Luego nos quejamos de que Indiana Jones sobreviva sin afeitarse a una explosión atómica...
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