Tiene que ser algo que viene con el aire, o con la subida de la temperatura, o quién sabe qué le estarán echando al agua (noto, sí, que de la llegada de la primavera para acá es que me pica todito el cuerpo, oigan). Dicen que la astenia es esa sensación de cansancio, despiste, sueño, bostezo, pereza y no sé qué cosas más que se apodera de nosotros, espíritus sensibles, en cuanto asoma el 21 de marzo y, me temo, en cuanto nos cambian las manecillas del reloj.
A mí, al menos, me dura una semana esa sensación de estupor; aprovecho para quedarme dormido en cualquier esquina (tengo un sofá que es un primor para esas cosas) y más o menos me repongo. Un dos un dos, hop, que diría Aquiles Talón. Y como nuevo en seguidita, oiga.
Pero este año, además, parece que a los que nos dedicamos a juntar letras y a tratar de sacarles algún sentido nos ataca además en una nueva variedad: astenia literaria, como si dijéramos. Lo comentaba hace una semana, vía e-mail, con Juan Miguel Aguilera. Y hace un par de días nuestro V. contaba lo mismo en su bitácora.
O sea, no falta de ideas todavía (que imagino que para eso nos queda poder escribir aún tres o cuatro novelas más), sino desidia absoluta, pereza total a la hora de ponerte aquí delante de las teclas y empezar a desarrollar tramas. Que ni puñetera gana, tú. Que nada, que este año no me toca. Que me paso la horas muertas pasando de pantalla en pantalla, o mirando el coñazo que dan las palomas por la ventana, pero que no tengo ganas de meteme a explorar, a investigar, a desordenarme la vida y cabrear a los que tengo cerca, a introducirme de nuevo en mí mismo y en ir por ahí con la cabeza puesta en otro sitio.
No sé qué coño me pasa hoy, que cantaba el Aute. Pues talmente. Y contagioso dicen que es tela.
Comentarios (21)
Categorías: Literatura