El tiempo les ha venido a dar la razón. Hace un buen puñado de años, de guasa, e imitando al Corpus, que tiene su posdata unos días más tarde en la forma del "Corpus Chiquito", alguien plantó una pancarta en las escaleras de Correos que decía "Carnaval Chiquito: pa los más jartibles".
Fue una novedad: dos o tres chirigotas cantando cuando ya no era tiempo, ni momento, de que cantaran las chirigotas. Una guasa, ya digo. Las cosas que pasan en Cadi.
Y al año siguiente insistieron. Y al otro. Y ya para siempre, creo. Y el tiempo, repito, les ha venido a dar la razón. Porque, verán, hay quien vive en Cuaresma todo el año, como hay quien vive toda la vida en la Guerra Civil o en atentados que tendríamos que superar, o quien vive el verano, o sus aficiones. Y quien vive el carnaval a todas horas (y esos también deben ser, sí, un poco muy coñazos).
De hace unos años para acá, los que creíamos que el carnaval era una cosa de Cadi y para Cadi, o sea, inexportable, posiblemente gracias (o por culpa de) la tele, nos hemos dado cuenta de que nanai, que esta ciudad pequeñísima, provinciana, ex-cosmopolita y por momentos muy ombliguista se convierte en casa de putas abierta las veinticuatro horas durante los días de Carnaval. O sea, que no, que el carnaval ya no se hace para los cuatro locos que vivimos del Puente Carranza pa dentro, sino para quien quiera venir. Aunque luego se tenga que ir decepcionado porque ni encuentra nada atractivo ni entiende lo que encuentra.
Y la gente de Cadi, con más moral que nadie, aguanta estoicamente los chaparrones de gente, los chaparrones de meados y los chaparrones de agua que nos caen en esos días. Todo está empetao, y hay que tener la paciencia de un santo de los de novena diaria para aventurarte a explorar callejones con el caldillo hasta los talones, para apretujarte en esquinas donde no puede pasar más que la señora con el cochecito Jané por allá por el mismo sitio donde no cabe ni un minipico, para cabrearte con los altavoces de las miles de barras piratas que florecen en cualquier casapuerta o con el tontolapera que habla a voz en grito por el móvil y te mata la gracia de un cuplesito justo cuando la ley de Murphy dice que tienes que llamar a los colegas.
Si antes decíamos que el primer fin de semana del Carnaval era para la gente de fuera y que ya a partir del lunes era para nosotros, eso no siempre se cumple. También hay foráneos el lunes, y el segundo domingo. Y acabará por haberlos, en tromba, sí, el tercer domingo de la cosa. O sea, sí, ayer. El domingo del Carnaval Chiquito, ése que inventaron para los más jartibles y que al final resulta que no, que de jartibles nada, que es para la gente de Cadi y la gente de Cadi sola, esa gente que agradece un vaso y se sabe ya los estribillos y sigue en peregrinación a las agrupaciones y aguanta sin dar rempujones hasta que canten el popurrí.
El paso de los años ha venido a reivindicar a aquellos chirigoteros locos que colgaron su pancarta. El carnaval chiquito, como todo carnaval, se ha convertido en una medicina necesaria. Pa nosotros, aunque no seamos jartibles. Porque nos merecemos un ratito de intimidad, aunque la plaza de las Flores ya esté llena.
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