Estamos dando las últimas bocanadas de curso, a la espera del día más terrible, la entrega de notas y la batalla campal contra los padres descontentos, que siempre alguno hay, y ya nos frotamos todos las manos pensando en lo que vamos a hacer dentro de seis días, cuando gritemos Yaba-daba-doo a la puerta del cole y nos sintamos libres hasta septiembre.
Cada uno tiene hecho su plan de viajes, su petición de hipotecas, su pila de libros por leer, la sempiterna decisión de dejar de fumar y de ponerse a dieta. A ver cuántos lo consiguen.
Con la macancoa del calor, sé que pocos de esos planes van a conseguirse. Yo, al menos, no tengo ninguno en mente. Quiero decir, este año no estoy por la labor de renunciar a la cervecita fresca (todavía me dura el pánico del último cólico nefrítico), y como no fumo, no me planteo nada relacionado con ese vicio. Olvidaré la tele, porque por la tarde no estoy para nadie, y por la noche saldré a dar una vuelta tonta por el paseo marítimo, más que nada para refrescarme las ideas y cansar a los niños. Sé que no leeré buenos tebeos, que quizá consiga leer algún buen libro, y si fuera capaz (que no lo seré tampoco) me daré un atracón de Buffy y Babylon-5 en DVD, pero tantos capítulos de golpe no lograrán captar mi atención ni hipotecar tantas horas de mi tiempo libre. No sé qué estrenos divertidos ("polos de limón", como los llamo) pueden aparecer en la lontananza de las pantallas más allá de los marcianos de Tom Cruise y Steven Spielberg.
Tengo, eso sí, el reto de intentar escribir una novela en tres meses, haciendo una pausa en las traducciones, a ver si soy capaz. Como no es una novela de Torre (que esas, como bien dice V. se escriben solas) no tengo muy claro si sabré hacerlo. O, más bien, como es una novela que requiere documentación y cambios continuos en la trama, no sé si me quedará un tocho de trescientas páginas o novecientas, que es en el fondo lo que me pide el cuerpo.
Así que ya saben ustedes. A descansar este verano que empezó hace dos días, a relajarse. Y yo, en mi caso, a ponerme de los nervios, más insoportable que de costumbre, porque estaré, oh, cielos, creando. Les mantendré informados de cuántos chocazos me pego con las paredes si no lo voy consiguiendo.
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