Tengo concedido un crédito de ni-se-sabe-cuántos piedrólares para comprarme la casa de mis sueños, pero la casa está en Florida, en Tampa o en Iowa, no llego a aclararme. Tengo vuelo gratis adonde quiera, cuando quiera, y con la gente que quiera, sólo a golpe de un clic (últimamente me mareo en todo lo que se mueve, lástima). Cuando me de la gana y el buen cristiano que en el fondo llevo dentro decida, una de dos, cambiar para bien el mundo de una vez por todas o dejarse de pamplinas y pillar cacho, no tengo más que ayudar al heredero único del presidente o el rey derrocado de un país de esos del África negra (¿cómo se dice ahora en políticamente correcto "África negra"? ¿África de color? ¿África africo-africana?, me pregunto), que me tiene preparada una fortuna en diamantes, o en lingotes de oro, o en bienes públicos del tesoro. Tengo un ombligo que para sí quisieran otros: el capricho de la diosa Fortuna, aquí presente.
No sé por qué sospechan que tengo la picha chica, o que estoy colgado de las anfetaminas con nombres con muchas equis y muchas haches. Ni por qué necesito adquirir de tapadillo viagra, vidocin, cialis o phentermine. Tampoco me queda muy claro, visto lo que me llega, si lo mío es enrollarme con una pre-púber o con una madura viciosa, si los servicios de escolta que se me proponen son chicas con porra o si la porra la tengo que poner yo, y me cuesta mucho imaginar que las viudas ardientes que sin duda habrá por el universo mundo prefieran montárselo conmigo, via e-mail, que con el lechero, el cartero, el policía o el butanero, aunque el butanero no saliera en la canción de Viva la gente.
Me tendría que suscribir a cien listas de correo diferentes (la última, sobre ajedrez, un juego que tendríamos que prohibir ya mismo, por belicista). Me ha tocado no sé cuántas veces la bonolotto de Las Vegas, en cuanto pueda y quiera podré operarme de lo que se me antoje, y hasta podré piratear mis propios libros por el médico precio de un euro y el número de una tarjeta de crédito.
Coñazo de spammers, oiga.
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