A bocajarro, el tío. A quemarropa. En la frente misma le dio con las palabras. Y se me quedó el pobre con cara de pánfilo, con su barba perpetua que nunca le crece y una bufanda multicolor con la que, no sé, lo mismo hasta se le apeteció colgarse de una farola.
Ah, que no entienden ustedes nada. Me explico (damos marcha atrás, como en los buenos flash-backs). Anoche nuestro buen amigo Antonio Anasagasti presentó su libro de poesía Arrítmico Amor, y allá que fuimos tres o cuatro coleguitas, porque Antonio es buena gente, y nos iba encima a invitar a cenar, y una cantautora le había musicado dos poemas y la cosa prometía bien. Y la presentación del acto corrió a cargo de Juan José Téllez, con quien tanto queremos. Y fue un acto emotivo, simpaticote, con un mucho de improvisado y todavía más de nervios. Lo típico de estas cosas: veintitantos años llevamos ya, más o menos, haciendo este tipo de cosas, recitando, aplaudiendo y tapeando luego, si se tapea (anoche se cenó de maravilla).
Pero lo de ayer fue pelín más fuerte, porque organizaba el Ateneo, ya saben ustedes, esa institución que existe imagino en todas partes donde se sacraliza la cultura y se habla de usted y de excelentísimo señor, donde quizá con derecho se impone un férreo respeto a las normas, cuando nosotros siempre hemos epatado al personal y lo mismo nos hemos lanzado tomates tras un recital que hemos dejado al público turulato durante un happening. Eran otros tiempos y entonces en ese mismo público (me senté al fondo) no se veían tantas cabezas calvas o canas.
Y tras el acto, que ya digo que estuvo bien, simpático y sencillo como es Antonio, el tiro a bocajarro. Se vuelve el presi del Ateneo y le suelta a Téllez, delante de testigos, sin avisar siquiera, aquello de que quieren que también él, nuestro Téllez, que es bohemio, anarca, desordenado de sí mismo, apátrida de tantas cosas, ingrese en el Ateneo, esa institución formal de la que siempre hemos huido como si fuera la peste, quizá sin motivo, pero como bandera. Y el pobre de Téllez se quedó allí blanco, sin saber qué responder, y con la boca chica tuvo que decir aquello de que se sentía muy honrado y tal, y solo en el gesto de su boca vimos desde atrás que quiso allí mismo que se lo tragara la tierra.
Dios de mi vida. La que nos ha caído encima aparte de la edad: la Cultura con C mayúscula. Nosotros fuimos enfant terribles, lo he dicho otras veces, y siempre hemos sido marxistas de los auténticos, de los de Groucho: los que nunca perteneceríamos a clubes que tuvieran como socios a tipos indeseables como nosotros. Dios de mi vida. A Téllez lo van a hacer ateneista de número, válgame el cielo (conmigo lo intentaron y lo intentan, pero me resisto y digo que no: como hacía Téllez hasta que le pusieron delante cincuenta personas bien pensantes a los que no se podía hacer ese feo).
Si blanco se quedó Téllez, blancos nos quedamos Manolo Ruiz Torres y servidor de ustedes, quizás los penúltimos representantes de aquel colectivo libertario y literario que fuimos los jaramagos y que, todavía, como el pueblecito de Astérix, nos resistimos a la entronización de nuestras carreras literarias y de la poesía y la narrativa y la cultura. Fue Manolo quien nos bautizó, allá por el 78, como la "generación del choco frito". Más razón que un santo tenía.
Así que ahora a Téllez (Antonio Anasagasti fue revampirizado ayer mismo, y hasta me cuentan que quien fuera el más ácrata de todos aquellos ácratas que fuimos hace veinticinco años, José Angel, ya ha pasado por la piedra ateneil) me lo quieren hacer eso, señor de provecho, literato de pro, pre-pureta cultureta.
No pasarán. Reinvidicaremos allí y entonces, cuando tal magnicidio se consume, aquella cultura del tebeo y la novela popular, de la poesía sublime y la venta callejera, del destape y la versión subtitulada, del encanto y la rebeldía, de la revolución y la algarada. No pasarán. Te habrán hecho prisionero por la espalda, Juan José, te obligarán a pasar por el mal trago pero allí estaremos nosotros, con pasamontañas y cócteles de papelillos molotov, con cartuchos de pescao frito y bufandas rojas. Para recordar que seguimos siendo como fuimos, que inventamos la lucha contra un mundo y ese mundo no nos va a comer, aunque se empeñe.
¿Quieren poesía? Van a tenerla. Esta mañana he visto a un mono sonreírle a una flor..., que nos cantaba Víctor y publicamos como emblema en nuestra añeja revista. Poesía necesaria, como el pan de cada día, cargada de futuro, rebelde, indispensable y a la vez sin importancia.
Comentarios (11)
Categorías: Reflexiones