No sé quién dijo (algún sabio chino, sin duda, aunque yo se lo escuché a Sánchez-Dragó), aquello de "desgraciado aquel que no se contradiga al menos una vez al día". Una verdad como un templo (una pagoda, vamos): el pensamiento no puede estarse quieto. O sea, que uno piensa blanco hoy y puede perfectamente pensar azul a rayas pasado mañana.
Yo fui un niño precoz (no sexualmente precoz, no me sean mal pensados) y me fastidié a mí mismo (y a mi hermano) la espera nerviosa de la Duodécima Noche, o sea, los Reyes Magos. Desde entonces, ay, la cosa ya no fue igual y la ilusión dejó de tener gracia y solo la he recuperado cuando he sido padre. Desde entonces, porque ya no había por qué mantener el paripé, me volví ferviente defensor de Papá Noel. Era más lógico, más cómodo y más de todo recibir los regalos el día 25 y tener todas las vacaciones para jugar con ellos, de modo que a la vuelta al cole ya tuviera uno todos los cacharritos destrozados.
La verdad es que no recuerdo si alguna vez, en efecto, me dieron los regalos por Navidad o si me los aguantaron hasta el día 6. Pero, para el niño y para el adolescente que fui, tenía más chicha y más de todo que me dieran los regalos antes.
Pero héte aquí que pasan los años y el pensamiento se aclimata y las preconcepciones cambian. Y uno empieza a cogerle gustillo a los Reyes Magos, no sé si a cuentas del agradecimiento infinito por aquel 23-F y la admiración generalizada a la profesión coronada. Más bien, imagino, debe ser cosa del oficio al que uno se dedica, naturalmente.
Porque si a todos nos diera o diese por entregar los regalos el día de Navidad, las vacaciones se acabarían el día 3 como muy tarde, y los niños y los profes tendríamos que volver al currelo enseguidita. Es mejor esperar al día 6, porque con suerte nos dan también el día 7 para que nos de tiempo a ir a cambiar los regalos que no funcionan o que no nos gustan (a descambiar, como decimos en Cádiz), y no volvemos al tajo hasta el 8. Y si el 8 es viernes, lo mismo no volvemos hasta el 11. Una gozada.
O sea, que el niño que fui, para el adulto que soy, estaba equivocado. La tradición de los Reyes Magos tiene esa ventaja: más días de asueto. No merece la pena disfrutar de unos regalos una semana si a cambio vas a perder tres o cuatro o cinco días de dolce far niente.
Conque ya lo sabéis, amiguitos: olvidad al gordito vestido de rojo y blanco. Tiene más morbo esperar al día 6. ¿Escribió Shakespeare sobre Papá Noel? ¿Sobre Santa Claus? No. Pero sí escribió Noche de Epifanía, cónchiles.
Y además, que tiene mucho más mérito, con la que está cayendo, aclamar a tres tipos barbudos que vienen de oriente medio transportando bultos extraños. Y uno de ellos es hasta negro (perdón, he querido decir subsahariano).
Lo siento, Santa, picha. La tradición es la tradición. Y las vacaciones son más sagradas que tu panza y tu barba.
Comentarios (5)
Categorías: Reflexiones