Hace más de veinte años escribí mi primera novela, Lágrimas de luz. Puse en ella todo lo que sabía y lo que intuía, lo que temía y lo que sospechaba, lo que amaba y había vivido. Se publicó un par de años más tarde, pasó prácticamente sin pena ni gloria, se volvió a publicar algo después y, poquito a poco, entre un grupo de incondicionales, se fue volviendo eso que se llama una novela "de culto" dentro del reducido ámbito de la ciencia ficción española. Se reeditó por tercera vez el año pasado, por parte de Gigamesh. Y en esas andamos.
Es posible que ya no me reconozca más que en lo justo en aquel personaje que tanto jugué a que se pareciera a mí (aunque no era yo: no del todo). Anteayer no me reconocí para nada de nada.
Gracias a los buenos oficios de Luis G. Prado, Lágrimas de luz se ha publicado hace dos semanas en Polonia. Ayer me llegaron los ejemplares de la bella edición polaca, con una portada impactante que poco o nada tiene que ver con el contenido (aunque me tilden de "bestseller w hiszpanii") y mi nombre en letras enormes tanto en el lomo como en la portada. Ni que yo fuera alguien en esto de las letras, lástima.
No me reconocí en el libro, les decía. Naturalmente. El polaco debe ser una lengua hermosísima (me fío de Sapkowski cuando lo afirma), pero por desgracia intentando releer mis párrafos no entiendo nada, apenas palabras sueltas, los nombres propios de los personajes, mi propio nombre en cada página par, arriba a la derecha.
Es una sensación extraña. Llevo quince años traduciendo novelas y es la primera vez que me traducen a mí. No sé cómo sonaré en polaco, cómo me interpretarán, si me considerarán pedante, exquisito, remoto, egocéntrico. Si la novela les parecerá interesante o aburrida, puramente alien, para ellos, en el sentido no marciano del término.
Estoy seguro de que está bien traducida: Tomasz Pindel, a tenor de sus inteligentes preguntas sobre algún párrafo oscuro, ha sintonizado a la perfección con la historia. Y he podido comprobar que los poemas están traducidos con rima y todo, con lo cual el lector se asegurará de que ha existido esa química indispensable entre autor y traductor que es la base de toda esta aventura de darle voz a otras letras.
Tengo el libro en la mano. Es grueso, con presencia. Lo primero que he hecho, tras abrir el paquete postal, es olerlo, el gesto que aprendí del maestro Umbral. Huele distinto a los libros de aquí: a blanco y nuevo. A esperanza.
Ahora solo queda esperar, ya digo, a ver qué les parece a los lectores polacos. Tomasz ha titulado el libro Krople Swiatla, "Gotas de luz": una alternativa muy hermosa a un título que, me dice, habría parecido muy melodramático de conservar el "lágrimas" original.
Qué coincidencia tan magnífica: poeta se dice igual en polaco. No podía ser de otra forma.
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