El debate de las últimas semanas, desde el artículo en El País, es si la ciencia ficción está o no está muerta. Para los que pensamos que le falta un padrenuestro, aquí tenemos esta película, una película de dibujos animados modernos (o sea, hecha con ordenador), que es capaz de contar una bella historia de ciencia ficción, una historia que sólo puede ser contada desde la ciencia ficción, y que recurre a los recursos más clásicos de la ciencia ficción presentando además, como la buena ciencia ficción que murió en los años ochenta, una parábola moral sobre nosotros y lo que nos espera.
La historia es simple y efectiva. En el futuro de la humanidad, nuestro planeta se ha convertido, literalmente, en un vertedero. Y en vez de Will Smith o Vigo Mortensen superviviente (alusión a que el cine catástrofe vuelve por sus fueros, oiga) el que sobrevive es un robot de limpieza, Wall-E (acrónimo de Waste Allocation Load Lifter Earth-Class), que continúa su trabajo reciclándose a sí mismo y que siente una terribe soledad y un ansia infinita de compañía y de amor.
Es increíble la calidad de la imagen, capaz de burlar al ojo en todo momento y hacer creer que estamos viendo (casi hasta la aparición de los humanos a bordo de la nave Axiom) una película en imagen real (y es la primera vez, creo, que Pixar mezcla sin disimulo escenas reales con sus dibujos). Pero aún más increíble es la infinita gama de sentimientos que Wall-E es capaz de transmitir... solamente con dos ojos, porque poco más es el muñeco, una mezcla de ET y el robot Número 5 de Cortocircuito que emite soniditos que mucho deben a R2-D2, pues no en vano Ben Burtt está detrás de su voz.
Por encima de todo, Wall-E es una película audaz que es capaz de presentarse casi como una recuperación del cine mudo, basando en el gag y la narración buena parte de su argumento. Personalmente me molesta un poco que los creadores digan que le deben mucho al gran Buster Keaton (síndrome de los tiempos, no podemos levantar un mito sin poner a caldo a otro), cuando la película bebe profundamente de Charles Chaplin, tanto en la relación de Wall-E con Eve, que remite a Tiempos Modernos, como en el momento clave de guardar la semilla germinada nada menos que en una bota que bien pudo pertenecer al pequeño vagabundo. Los referentes al cine, de cualquier forma, no se quedan ahí (ni a Apple), y es divertido ver la alusión a 2001 y a Hal en la música y el ojo rojo del piloto automático.
Una bella parábola contada con convicción y cariño y que trata del ser humano, aunque los protagonistas sean una pareja de robots (que, recordemos, no tienen sexo; extraña que los fundamentalistas de la cosa no hayan salido a degüello, o será que todos piensan que el robot explorador Eve (Extra-terrestrial Vegetation Evaluator) es femenino). Quizá habría que haber subtitulado las canciones de Hello Dolly, y desde luego se nota cuándo las voces son originales y cuándo son dobladas, por si alguien de verdad creía que estas cosas no tienen importancia.
Aunque no hay tomas falsas, la peli, por cierto, termina con los títulos de crédito: cómo la continuación de la historia se desarrolla en ese recorrido por la historia del arte de la humanidad al tiempo que la humanidad va recuperando el planeta cubriéndolo de colores.
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