Por fin mi amigo Paco descorchará esa botella (mi ilusión es que sea la botella de whisky color rojo teja que le traje de Londres allá por diciembre del 90). Como él, hay mucha gente que está feliz desde el domingo por la tarde: El Cádiz CF subió a segunda división y hoy deben de estar la farmacias haciendo su agosto en julio, por aquello de los catarros por zambullirse en la fuente: hacía un frío y un viento largo de quedarse en casa, oigan.
La algarabía de la ciudad entera (que se repitió ayer por culpa de un retraso de aviones de seis u ocho horas, y tuvo su versión musical en la fima de discos de Miguel Nández en El Corte Inglés), me recordó a una escena imposible de una novela magistral: Universo de locos, el momento terrible en que los perseguidores ciegos van dando palos de ídem en la niebla, extendidos de acera en acera.
Era más o menos lo mismo, pero con hordas de adolescentes y no tan adolescentes pintados de amarillo y azul y haciendo barbaridades con las motos y las banderas. La revolución de octubre tuvo que ser algo parecido, quizás, pero en monocromo. O lo que es lo mismo: en el fondo es una pena que hayamos pasado de la toma de la Bastilla a la toma de la pastilla. Todo ese potencial humano tendría y debería de usarse para otras cosas que la mera, simple y envidiable jarana, me parece.
No es extraño que, subconsciente desatado, estuviera todo el rato canturreando dos canciones: Englishman in New York de Sting ("I´m an alien, I´m a legal alien") y La mala reputación de George Brassens/Paco Ibáñez: "No pretendo pues hacer ningún daño, queriendo vivir fuera del rebaño".
Pero me alegro por ellos, y por la ciudad, y por los ingresos que va a suponer para el sector servicios los desplazamientos de equipos y seguidores de una división algo más pudiente. Aunque tema los enfrentamientos de los majaras de siempre (vivo apenas a tres calles del Estadio Carranza y los días de batalla no puedo ni asomarme a las ventanas).
De todo el surrealismo de la noche, lo visto en vivo y lo visto en pantalla, me sigo quedando con la imagen de Michael Robinson llorando emocionado por el ascenso de lo que él reconoce con orgullo como su equipo. La prueba más palpable de que no sólo los cadistas, sino los gaditanos, nacemos donde nos da la gana.
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