Quizá fue el año pasado, o puede que el otro, cuando el único momento de la semana que me tenía pegado a la televisión en abierto era la serie "Cuéntame" de Televisión Española. Ya saben ustedes, recordar en clave amable y light una época y una forma de cómo fuimos, o de cómo recordamos que fuimos. O cómo quisiéramos haber sido, no lo tengo del todo claro.
La nostalgia es sin duda mala consejera, pero a veces resulta entretenida. Y "Cuéntame", qué duda cabe, lo era. Todos fuimos en un momento esa familia. A pesar de los gazapillos históricos que tanto me molestan desde los primeros episodios: ese kiosco que, en 1968, vendía ya tebeos de Trueno Color o El Guerrero del Antifaz del año 73. O esa televisión familiar que, por arte de birlibirloque, está perpetuamente sintonizada con el No-Do en vez de con la(s) cadena(s) reales del momento.
La serie era, y es, un cruce inteligente entre Aquellos maravillosos años y Forrest Gump, la aventura de falsear la historia a partir del footage existente en los archivos del ente público. Divertida, extravagante, con un punto de La gran familia, un algo de perspectiva histórica y una visión política edulcorada pero a veces efectiva. Los Alcántara, ya digo, fuimos todos nosotros. Yo, al menos, sé que fui Carlitos: tengo su misma edad y también jugué en un camión abandonado (aunque el mío sí que se lo llevaron).
Y, sin embargo, una vez hallado el filón del revisionismo histórico, una vez convertida en una máquina de hacer dinero y generar merchandising (y ahí tienen ustedes los discos recopilatorios de las canciones que, un poco al estilo de American Grafitti, adornan de vez en cuando las historias), la serie va dando bandazos y se lía en sí misma, sin saber muy bien hacia dónde tirar. Los personajes se mueven siempre en un quiero y no puedo algo absurdo que, como los tebeos de superhéroes, siempre vuelve a la casilla de salida. A pesar de lo bien construidos (e interpretados) que están, los personajes (y la serie) no saben a dónde van. Quizá como todos nosotros en aquella época, es posible. Pero de ser una familia "normal" en una España anodina han pasado a ser una familia anormal en una España que, hoy por hoy, se revela apasionante.
A estas alturas, el fallo principal que detecto en la serie es, precisamente, su deseo de ir haciendo crónica paso a paso de esos años. La serie se mueve en paralelo al momento actual, con lo cual las situaciones del calendario (navidades, semana santa, el verano) se repiten por fuerza. La acción, entonces, no avanza. Llevar al hijo mayor a la inevitable mili se revela una trampa creativa: durante dos años no podrá hacer otra cosa, por mucha milicia universitaria que nos quieran vender (y aquí un inciso y una maldad por mi parte: no puedo evitar pensar que el chaval hace la mili por aviación para evitar que se identifique el uniforme caqui). Toni estará atrapado como personaje mientras tanto. Igual que ese insufrible supblot del padre metido a gilipollas cabeza de turco inmobiliario.
De ser arquetipos convertidos en personajes, los personajes han vuelto a convertirse en arquetipos, esterotipos del padre carca de buen corazón, de la madre emprendedora-pero-menos, del niñato progre o de la niña voluble. No se les ve moverse más allá de sus limitaciones actorales y del peso de la historia. Hay subplots ya olvidados en el devenir de los personajes que, al recordarlos hoy, causan sonrojo: la historia de amor entre Tony y la hija del preboste franquista, cuyo desenlace en aborto era tan previsible que ni siquiera los guionistas parecieron tener claro que no podían contar que éste era producido por la paliza de un gris en una manifestación; o el folletinesco y pesado enredo con la niña adoptada que al final no fue: si se hubiera seguido adelante con ese tema, el protagonismo de Carlitos habría quedado en un segundo plano absoluto. ¿No se dieron cuenta de eso los guionistas, embebidos en las lecturas del ABC de la época y de los archivos de la Filmoteca?
La temporada actual, con los tiras y afloja de la mercería reconvertida a boutique (¿y por qué ese barrio ya tiene puticlub pero nunca ha tenido barbería masculina?); de Don Pablo poniendo ya para el futuro matésico que espera la cabeza de Antonio Alcántara; de la niña que hoy es actriz y mañana vende vaqueros y sigue sin saber qué quiere va a la deriva. Faltan todavía cinco años para la muerte de Franco. Y sabemos que nunca aparecerá en pantalla, a menos que los guionistas sean capaces de coger al toro por los cuernos y saltarse un par de años en esa crónica ya morosa del tiempo que nos tocó sufrir.
Creo que es la única manera de darle vida a una serie que languidece entre tramas serias que ya hemos visto (la muerte de la abuela ya se contó, y con más garra, en Los gozos y las sombras, chascarrillos infantiles que aburren, chanchullos inmobiliarios que no van a causar ninguna sorpresa y festividades que se repiten con precisión de calendario. O, dicho de otra forma: noto la falta de un arco narrativo coherente por cada temporada. Que los guionistas sepan de dónde parten y adónde quieren llegar cada once o doce episodios.
Porque si no, la impresión que producen es que la serie va, simplemente, improvisando.
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