Un relato antiguo, del año de la chimbamba, que no he recopilado en mi último libro y que sin embargo tiene sus fans y todo: es éxito seguro cuando se lee en esas sesiones de torturas que supone la presentación de un autor o una antología. A los chavales pequeños, por lo menos, les encanta.



Transilvania, 1789
Noche de San Juan

Estás colgado del techo, boca abajo, sumergido en tu infecto olor a carroña. Aguardas la llegada de tu víctima y, mientras tanto sueñas, imaginas un mundo donde los, repugnantes seres humanos han dejado de perseguirte y tú permaneces a salvo de sus armas, alejado de las luces que te martirizan y te reducen a escombros, de los olores que te aplastan y te consumen hasta la nada. Sabes que ellos te odian, a ti, criatura de la oscuridad, monstruo de cloaca, simplemente por tu terrible necesidad de sangre. Ellos, los humanos, ilusos seres que se pretenden superiores sin tener ni idea de que serán los de tu especie quienes hereden al fin este gran estercolero, el mundo llamado Tierra.

Miras a través de la ventana abierta, más allá del frío nocturno que hace revolotear las cortinas blancas de la mansión que ahora es tu dominio. Ves repetida mil veces la figura redonda y perfecta de la luna, tu aliada en esta noche que contemplará cómo pruebas nuevamente el sabor dulce y goloso de la sangre. Te relames los labios, el cuerpo oscuro y cimbreante, conocedor de que ya falta poco, muy poco tiempo. Después, una vez concluida tu misión, podrás retornar a tu sueño, una vez colmado tu amor de noche. La puerta de la cámara se abre con morbosa desesperación, y por un momento te parece que no eres tú el cazador sino la presa, tanta tensión se acumula en tus órganos de olor putrefacto.

La puerta se abre y en su quicio aparece la figura de una doncella humana, rubia y pura. Sonríes sabiendo que será tuya. Ella es hermosa, tanto como las otras muchachas humanas que han servido de festín a tu sed oscura en anteriores noches de luna y sangre. Va vestida con un vaporoso traje de noche, esperanzada de encontrarse a la vuelta de su inspección una velada de amor con su gentil esposo, ignorante de que va a compartir contigo el dulce manantial de su savia. Por un momento, contemplándola, lamentas no ser humano, porque la mujer es linda y posiblemente su cuerpo ofrece más perspectivas que la de simple alimento. Dejas atrás esta loca idea y sigues sin moverte su rumbo, alterado al descubrir que en las manos lleva un candelabro de plata con el que ilumina la negra mancha que traza la oscuridad a su alrededor, un candelabro con el que pretende espantar miedos ancestrales que no imagina están a punto de cebarse sobre su linda piel. No te complace la luz ni el destello de la plata, pero aun así decides arriesgarte. Te excita la forma que dibuja su cuello, tan lívido, tan tiernamente repleto de dulce néctar color rojo.

La hembra humana avanza por la habitación ciega de luz, esperando cerrar la ventana por la que tú ya has entrado unos cuantos minutos antes. No sabe que su acción protectora llega demasiado tarde. Te aprestas a saltar sobre ella, despliegas tus alas translúcidas, salpicadas de membranosos filos. Echas a volar agitando la doble capa de oscuridad y te precipitas sobre el blanco cuello apetecido, te hundes en él loco de voluptuosidad, ávido de ganas de saborear su fruto. Hieres con tu boca la superficie aterciopelada, te salpicas de sangre los labios monstruosos. Caliente y escarlata, con destellos de manzana o de fresa, la dulce caricia de la hemoglobina te va embriagando, la callada sensación te vuelve poderoso con su empuje. Ríes con morbosidad pensando que la mujer entera va a ser tuya, meneas las alas negras pensando que es hermoso el sabor de construirte en el más fuerte, que es lindo. No imaginas que ahora, precisamente, tu final está próximo, escondido más allá del cuello que sorbes lentamente, el cuello que es tu vida y es tu perdición, hasta que de pronto ves acercarse la sombra que esboza la guadaña, el giro borroso que será tu muerte y no tienes tiempo de esquivar su abrazo. La noche y la existencia para ti concluyen, tu vida de rebuscador en el estiércol se termina en un instante, pronto serás nada, carroña para el olvido.

-–Mierda de mosquitos –comenta la mujer, mirando la costra roja que has esculpido en su palma, lo poco que queda de tu insignificante ser, presta a cerrar finalmente la ventana abierta.


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Comentarios

1
De: Oze (El Erizo Azul) Fecha: 2003-06-20 07:06

Pues ya sabes, si te pica: ponte Afterbite. Saludos!! :)



2
De: EINN Fecha: 2003-06-21 14:58

La "columna" anterior ya me sorprendió al ver un relato corto en lugar de alguna historietita corta.
Me parece que ya ha descubierto usted lo complicado que es mantener una regularidad en una bitácora y a falta de algo que contar se ha salido por la tangente rellenando hueco con relatos cortos.
De todas formas reciba mis mas sinceras felicitaciones porque ver aquí esta historia me ha llevado a releer Unicornios sin cabeza.



3
De: RM Fecha: 2003-06-21 16:39


Ah, no. Esta bitácora va a ser un cajón de sastre donde meteré todo lo que se me vaya pasando por el coco, viejo y nuevo, ficción y no ficción, tonterías y sesuderías. Como cualquiera de las estanterías de mi casa, por otra parte.



4
De: Jesús Fecha: 2003-06-25 22:56

Me gustan mucho tus historias Rafa, todavía guardo con mucho cariño el recuerdo de esa última semana antes de Selectividad en que los 4 gatos que íbamos a Literatura Universal en vez de estar estudiando, disfratábamos escuchándote alguna historia corta.

Y hoy soy universitario...