Lo que les decía hace unos días: que para ser un ex-enfant terrible, ya hasta entro en cólera por cosas que antes lo mismo hasta me habrían divertido. O será que para epatar hay que saber hacerlo, y no ser mediocre.
Viene esto a cuento porque ayer mismo, en todita Andalucía, tuvieron el examen de selectividad de inglés. Durante quince años, el tiempo que he dado clase en COU de esa asignatura (en 2º del nuevo bachiller me libro porque, aaahh, doy Literatura Universal, y juro que soy un hombre nuevo), la margarita a deshorar era qué puñetas se le ocurriría poner al catedrático o catedrástico de turno en el examen de selectividad. Un texto de 250 palabras, de vocabulario general y no específico, bla bla bla.
He visto de todo: textos sobre mujeres toreros y supermodelos, sobre ecología, pena de muerte, problemas estudiantiles, millonarios aburridos, cine y libros, tabaco y enfermedades, machismo y feminismo. La tira. Y siempre erre que erre con los chavales: que hay que demostrar no sólo que más o menos entendéis el texto en inglés (que a veces no lo entienden), sino que además teneis la madurez suficiente para entrar en la universidad, ese antro de molicie y diversión doy vais a pasar los mejores años de vuestra vida.
O sea, que teneis que demostrar que sois unos chicos liberales, no-machistas, políticamente correctos y tal y cual. Y no decir barbaridades como las que me ponéis a mí en los exámenes.
A veces se conseguía. A veces nos quedábamos a media. La lotería de a ver qué temita de las narices caía en el examen.
Y este año el temita sí que tenía narices. Bueno, narices exactamente no. Resulta que el texto iba de lo siguiente, y no es cachondeo, ni broma, y desde luego no quisiera ponerme en la piel de mis dos compañeras profesoras que les han dado clase de inglés en este curso: En Ubekistán (palabra muy inglesa nada más empezar), el listo de turno ha prohibido el billar por alguna razón peregrina que el texto no atina a concretar (y pregunta, por cierto, por esas razones). Los frikis del billar de por allá, o sea, los de la Asociación de Billaristas o tal que así, ponen el grito en el cielo, se quejan para nada, y comentan que ni se imaginan qué pasaría si en Ubekistán se jugara al "peeball".
Y entonces el texto se dedica a explicar qué es el "peeball". O sea, mear sobre una bolita (supongo que de ambientador) hasta derretirla. El que la derrite antes, gana la partida. La leche jodida. O los orines.
La carita de los chavales que iban saliendo del examen era un poema. Joder, se quejaban de mis textos cuando les ponía un examen sobre algo misteriosisimo llamado "zip opener" o los "catseyes", y ahora resulta que para entrar en la universidad tienen que saber mear dentro de tiesto. No conozco de ningún profesor que se dedique a enseñar en clase las palabras que a todos nos gusta aprender en cuanto pisamos suelo extranjero: una vez, que sí enseñé unas cuantas, el profe particular de uno de mis alumnos (irlandés él, pelirrojo y supongo que católico apostólico) me recriminó que enseñara esas cosas.
Pues ahora no. Ahora hay que saber mear. Cosa que yo creía que sólo hacía falta para saber beber, como le decía mi tío Paco a mi primo ídem cuando llegaba a casa adolescente y borrachuzo hace más años de los que me atrevo a pensar.
No sé si el que eligió el texto tenía incontinencia suprema, como la mujer de Pijus Magníficus. O si le gusta epatar por epatar. O si, sinceramente, no tiene ni pajolera idea de qué saben y qué no saben los chavales de 17 ó 18 años hoy en día de un idioma extranjero que, pese a todo, a la mayoría les trae al pairo.
Además de lo estúpido del tema (y de la escasa relación del texto con la pregunta a desarrollar luego: una composición sobre las ONG), quien escribió el textito de marras delató su machismo inherente.
Porque las chicas salían del examen sin entender muy bien cómo era eso de acertar con el pipí a la bolita, oigan.
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