Fue el Lewt McCanels de Duelo al sol, caprichoso, egoísta y lascivo, un asesino y violador y capaz, sin embargo, de dar el beso más bello de la historia del cine. Quizá porque su apellido significa precisamente beso.
Fue Scott Fitzgerald y fue Ahab, llevó a Audrey Hepburn en Vespa por las calles de Roma y se dio de puñetazos con Charlton Heston en la que es una de las mejores peleas que jamás nos ha ofrecido la pantalla. Perdió la memoria en desvaríos dalinianos, tuvo un hijo que era el hijo del diablo, dijo "Volveré" con la voz de McArthur y perdió el oro de MacKenna mientras cantaba José Feliciano. Nos convencía que era un hombre bueno y de pronto se descolgaba haciendo de Mengele, el epíteto de los malvados. Su último trabajo que nos llegó al alma lo hizo desaparecer en México en esa gran película a recuperar, Gringo Viejo.
Fue, sobre todo, Atticus Finch, el abogado de pueblo, el defensor de un supuesto violador negro en la versión para el cine de un libro entrañable, Matar a un ruiseñor, un libro de veranos que leí en un verano y que fue el primer libro que robé en mi vida (aclaro que lo robé después de leerlo). Atticus Finch, serio, formal, tan parecido al Rip Kirby de nuestros tebeos.
Gregory Peck. Ha sido un placer, caballero.
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