Me pidieron hace unos días mis alumnos (y ex-alumnos) un articulito para el periódico en la red "A cal y canto", un proyecto educativo de El País a nivel nacional en el que participan. Esta fue mi contribución. Como siempre, haciendo patria:
De niño tuve todo el misterio de la niebla de Londres en mi ropero.
A veces un niño elfo vestido de verde, acompañado de un hada muda, llamaba al cristal de mi ventana y me pedía ayuda, porque había perdido la sombra.
En ocasiones, era el gorro de pico cuajado de estrellas de Merlín el mago quien me preguntaba, por favor, si sabía el camino para encontrar a Arturo. Arturus Rex, mi buen amigo: dónde andaría.
Y de noche, cuando el levante soplaba y las persianas de antaño se agitaban como hojas de un bosque de piedra, yo sabía que bajo la cama reptaban las garras de algún ser de pesadilla. No tenía nada que temer: en algún lugar tras las cortinas estaban esperando, para protegerme, los colmillos del conde Drácula.
La infancia es una época de miedos y preguntas. Ser adulto significa, ay, claudicar ante la realidad: uno deja de ser libre cuando cobra la primera nómina.
Esa misma infancia, esa misma desazón, ese mismo desconcierto y esa misma maravilla ante lo desconocido es lo que se encuentra todavía, ahora y siempre, dentro de esa subrama despreciada de la literatura que es el fantástico.
Frankenstein, Drácula, El Hombre Invisible, Tarzán de los Monos, John Carter de Marte, Fu-Manchú, Hari Seldon y el Mulo, Ender Wiggins, Supermán, Flash Gordon, Winston Smith, Napoleón y Snowball, Alicia y el conejito blanco que llegaba con retraso, el pequeño Nemo que tardó también lo suyo en llegar al País de los Sueños, HAL y Moonwatcher, Harry Potter, Frodo Bolsón de Bolsón Cerrado, Príncipe Valiente y los demás caballeros de la Tabla Redonda, el doctor Jekyll y míster Hyde, el barón Munchausen, La Sombra, Allan Quatermain, el rabino Loewe y su Golem de Praga, los vampiros de Salem´s Lot, la prisión del hotel Overlook, el mago de Oz y el camino de losas amarillas...
En España no existe tradición de literatura fantástica (aunque la segunda parte del Quijote abre un arco infinito de posibilidades de hiperrealidades e historias que nadie parece haber advertido hasta hace muy poco), y hay que tirar hacia el norte, hacia las literaturas inglesa y alemana, para encontrar ese sentido del asombro y de la magia que impregna los paisajes de Europa y marca las letras escritas y los sueños de los lectores de todo el mundo, no importa que sean traducidos, tanto más interesantes cuando se es más adulto.
Esa búsqueda de lo desconocido, el miedo al pliegue de la madera en la pata de la mesa, los ojos en las nubes, el silencio que se rompe a lo lejos y te sorprende o directamente te asusta... La fascinación por lo fantástico, por la literatura fantástica, sin duda tiene mucho que ver con la carrera que estudié, con el otro idioma que amo tanto como a mi propio idioma, con los libros que leo y los cuentos que escribo, y las películas que admiro y las series de televisión que amontono.
El fantástico está ahí. Jonathan Swift y Bram Stoker. Edgar Allan Poe y Jorge Luis Borges. Robert Louis Stevenson y Alex Raymond. Alan Moore y Neil Gaiman. Julio Cortázar y Federico García Lorca (los intelectuales, al fantástico, lo llamaron surrealismo). Y también García Márquez y Stephen King y Orson Scott Card, y Andrzej Sapkowski y John Ronald Reuel Tolkien y Oscar Wilde. Y mis amigos Rodolfo Martínez, Juan Miguel Aguilera, Elia Barceló o Javier Negrete.
Una sorpresa continuada en cada libro. En cada página. Porque la realidad no nos basta. Porque es absurda y ya está hecha. Y hay otros mundos de fábula por explorar. Más divertidos que gameboyses y videoconsolas, que generaciones otés y discochundachundas de diseño.
La magia. La literatura.
De niño tuve todo el misterio de la niebla de Londres en el ropero.
La conservo todavía.
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Categorías: Ciencia ficcion y fantasia