Empezamos este 2019 con la estupenda "Ora pro nobis" del gran Rafael Marín y lo terminamos con la extraordinaria "Victoria" del gran Rafael Marín, autor grande al cuadrado, para mí (ya lo dejé dicho por aquí hace once meses) el mejor escritor español de los últimos treinta y cinco años, o al menos el que más me entretiene y deleita como lector al que le importa por igual tanto la forma como el contenido, ese infrecuente equilibrio que sólo unos pocos artistas logran alcanzar y que Marín despacha con la aparente y engañosa soltura de un creador en vena permanente. La primera y la última reseña de este 2019 cierran el círculo de la maestría, porque si un título se ha ganado Marín con la larga lista de libros que ha publicado es el de maestro, para todos cuantos han escrito al mismo tiempo que él y para todos cuantos vendrán, las generaciones futuras acosadas por el cambio climático y la incertidumbre económica y social y la ausencia de un horizonte que despierte anhelo en sus corazones. Quizá esos jóvenes autores del futuro no lleguen a conocerlo, quizá no sepan de él ni de sus obras, porque en este mundo de consumo acelerado cada vez resulta más difícil que un escritor evite las fauces del Tiempo, pero si hay uno, entre todos cuantos se dedican al arte de contar historias en España, que merezca ser leído, recordado, apreciado, es él, porque no andamos sobrados de maestros, y él lo es, por eso está aquí hoy, en la última reseña de este 2019, al timón de la Victoria, para demostrar la clase de escritor y maestro y navegante que es.
El 20 de septiembre de 1519 se hizo a la mar, desde Sanlúcar de Barrameda, una flota de cinco naves cuyos nombres ya forman parte de la leyenda: San Antonio, Santiago, Trinidad, Concepción y Victoria. Comandaba la expedición el portugués Fernando de Magallanes, con el mandato de la Corona española de abrir una ruta comercial con las islas de las especias, las Molucas. ¿Existiría un paso entre el Océano Atlántico y el Pacífico? Existía. A duras penas, dieron con él. El 6 de septiembre de 1522, tres años después de su partida, la Victoria atracó en Sanlúcar, capitaneada por el vasco Juan Sebastián Elcano. De cinco naves, sólo una regresó. De los doscientos treinta y nueve miembros que iniciaron la singladura, sólo dieciocho volvieron al puerto de origen, convertidos en los héroes que lograron completar la primera circunnavegación de la Tierra. Estos son los hechos, los datos fundamentales. Ahora, olvidemos la Historia y hablemos de literatura.
Lo que podría haber sido en otras manos una novela de encargo (autor solvente acomete la narración de un hecho histórico aprovechando la celebración del quinto centenario de tan memorable suceso) se convierte, por obra y gracia del inmenso talento de Marín, en una obra vibrante, poderosa, la única escrita en pantalla panorámica de todas cuantas he leído este año, más grande que la vida y, al mismo tiempo, tan humana como cualquiera de nosotros, una novela que no se limita a narrar una expedición marítima con todas sus peripecias, sino que acomete la empresa mayúscula de involucrarnos por entero en la aventura, convirtiendo a los lectores en mucho más que en testigos: los convierte en miembros de la tripulación comandada por Magallanes, gracias a la estilizada fisicidad de la narración y a la primera persona con la que se nos cuenta la historia.
Francesco Antonio de Pigafetta, hombre de ciencias y con afán de saberes, será el práctico que nos guiará en esta apasionante travesía narrativa. Desde su privilegiada posición, muy próxima a Magallanes, tendremos acceso expedito a todos los puntos de interés de la aventura: la reservada y altiva personalidad del capitán, con sus enigmáticas decisiones; el recelo del resto de los capitanes y las intrigas de poder que sacuden las aguas con más fuerza que el viento embravecido; los encuentros con diferentes enclaves de indígenas, entre la incertidumbre y la necesidad del trueque y el más puro espanto; y, por encima de todo, la vida en la mar, retratada con la minuciosidad justa, con nervio y también con serenidad, con una mirada reflexiva que convierte el relato en una crónica certera y demoledora de la cara oculta de la épica, de los imperios, del hombre enfrentado a sí mismo y a los demás.
Es en esta actitud premeditadamente reflexiva de la voz narradora donde Marín encuentra la entonación perfecta para que su obra surque libremente las aguas y termine alcanzando la gloria, o la victoria (perdón por la gracieta). Casi todos los capítulos comienzan con una frase de carácter lapidario que determina metafóricamente cuanto está a punto de suceder. Primero, la reflexión, preparando al lector para que no se fije sólo en los hechos que puede ir imaginando gracias a esa frase inicial, sino para que centre su atención en los detalles importantes, aquellos que los libros de historia nunca mencionan, o prefieren ignorar. Y después, combinación milagrosa, el aliento poético (en oposición al épico) con el que la primera persona del narrador expresa sus sensaciones frente a la zozobra de la vida en el mar.
Sí, la vida en tres años. La vida concentrada en una aventura irrepetible. La vida a merced de los elementos, como la de todos y cada uno de nosotros. La vida a merced de nosotros mismos.
Les aseguro que no se me ocurre mejor libro, entre todos cuantos he leído en 2019, para cerrar este año. Para cerrar el círculo. Para conmemorar no el Quinto Centenario de la primera circunnavegación de la Tierra, sino para conmemorar la vida, la aventura que debe ser la vida y, sobre todo, la aventura que debe ser, siempre, la creación. Rafael Marín, se quiera enterar o no el personal, ha circunnavegado la creación a lo largo de los últimos treinta y cinco años sin miedo alguno a los motines o a los acantilados del negocio editorial. Marín ha circunnavegado la creación para fortuna de todos aquellos que hemos disfrutado de la visita de cada uno de sus barcos, siempre elegantes y hermosos, siempre surcando las aguas en pantalla panorámica. Aquí tienen el último de sus barcos. Pueden embarcar en él o quedarse en puerto, viendo cómo se aleja. Lo bueno que tienen los lectores es que siempre son libres. Nadie decide por ellos. Hagan lo que hagan, disfruten de estas fiestas que ya se nos echan encima, como una tormenta perfecta, y para el año que viene les deseo, cómo no, que la vida les ofrezca, cómo no, esa Victoria, al menos una, que cada uno de ustedes desea.
De corazón, disfruten de la travesía.
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Categorías: Literatura