Canta, musa, la cólera divina
del tiempo que inmortal pasó en un abrir y cerrar de ojos.
Hércules vuelve a las islas que amó cuando fue Melkart,
donde halló templo y cama, y tumba y cuna.
Y vio una ciudad muerta, más triste que dormida,
Que ya no recordaba su gracia milenaria
El sudor que robó al mar
Los caminos que trazó en las aguas
La vida aventurera, el amor de las mujeres hermosas
El ímpetu de trabajar
Al menos doce veces en la vida.

Canta, musa, la furia sin leones
del dios que fue fundador, amante de aventuras.
Porque ya no vio valor, vio mansedumbre.
Columnas de metal, tensión no humana.
Y mendigos de cabeza alta y mirada sin vista.

Doce trabajos, pues, para encauzar el tiempo
Olvidado o vendido o alquilado o podrido
son de nuevo necesarios.
Doce misiones, doce, del felino de Nemea
Al jabalí de Erimanto o las mil cabezas de la Hidra.
Para matar a los pájaros de Estínfalo, sean como sean ahora,
Robarle a Hipólita su cinturón (mas antes seducirla),
Desbrozar los establos de Augías, pero en una hora,
Beber el zumo de las manzanas de luz de las Hespérides,
Amaestrar a Cerbero, capturado y cabezota,
Montar las yeguas de Dioemedes (mejor antes a su esposa),
Bañarse en leche de las ciervas de Cerinea,
Estoquear al toro de Creta,
Burlar a Gerión, enterrado en Gibraltar, y su ganado
Y traerlo todo, a todos, de vuelta.

Canta, musa, al trabajo de Hércules,
El trabajo del dios, que fue y es nuestro padre.
El trabajo que ahora, gentes de Gadir,
ciudadanos de Gades, poetas de Qadish,
constructores de barcos de la ciudad de Cádiz,
ahora Hércules, que ya fue Herakles, como antes se dijo Melkart,
para que salgamos del sueño de siglos
nos encomienda.

Doce trabajos, sea.
Sabe bien, la musa, que la misión es nuestra.

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