Se ha dicho que The Phantom, conocido tradicionalmente entre nosotros como El Hombre Enmascarado desde las traducciones a partir de las ediciones italianas, es el primer superhéroe de los cómics. Tiene, desde luego, todos los elementos que luego hemos asociado con los personajes de “ropa interior larga” (Stan Lee dixit): antifaz sin pupilas, capucha y uniforme ajustado al cuerpo musculado, más o menos doble personalidad, y la suposición de unos superpoderes y una inmortalidad que el lector sabe que son falsos pero que, en la ficción de la historia, funcionan como si en efecto el personaje fuera sobrehumano… aunque no lo sea.

The Phantom fue creado en 1936 por Lee Falk, y se cuenta que las dos primeras semanas de la strip, al igual que las primeras tiras de su otra creación Mandrake the Magician, las dibujó el propio Falk antes de entregar los pinceles a dibujantes más capacitados o más pacientes: Phil Davis en el caso de Mandrake y Ray Moore en el del Fantasma. La agencia de prensa King Features Syndicate cambió el título original “The Gray Ghost”, sustituyendo el sustantivo fantasmal por otro similar de significado más corpóreo y prescindiendo del calificativo de color que luego, en las páginas dominicales de los periódicos norteamericanos, traicionaría el gris oscuro que conservarían las tiras diarias, tiñendo con ello el uniforme de nuestro Hombre Enmascarado de un improbable color malva (y que en Italia, España y otros países fue recoloreado de un no menos llamativo tono rojo).

La mitología de la tira se hizo poco a poco, pero ya desde sus inicios se advierte un deseo de innovación y experimentación. Cierto, los cómics de aventuras apenas existían como tales desde hacía siete años (si contamos como inicio de los mismos la publicación de Tarzan of the Apes y Buck Rogers en 1929), pero Lee Falk acerca a la tira a los pulps de aventuras y, fruto de su formación teatral, concibe una gradación dramática llena de irrupciones sorpresivas y momentos de tensión gran guiñolesca en forma de cliffhanger continuado, tanto cuando el Fantasma acosa a sus enemigos como cuando, a pesar de que crean que es inmortal, estos se empeñen en darle muerte de mil maneras posibles.

La visión del mundo de los años treinta es lo que hace que las primeras aventuras del Fantasma sean tan adorablemente exóticas: liberadas mujeres aviadoras que además son piratas, bandas de ladrones de toda etnia y ralea, tribus caníbales, enclaves remotos y tripulaciones de maleantes que incluso desde las páginas huelen a sudor y a óxido. La serie, curiosamente, retrasa escénicamente la aparición de su protagonista hasta la cuarta tira (Milton Caniff no inventó nada nuevo cuando hizo lo propio con Steve Canyon, dijera lo que dijese Umberto Eco) y se centra en Diana Palmer, tan distinta ya entonces a las demás novias del héroe de los tebeos: exploradora, piloto, boxeadora aficionada, nadadora olímpica, chica adinerada capaz de valerse por sí misma y, ay, objetivo de gánsteres, traficantes de opio, mercaderes de esclavos y cazadores de fortunas. La presencia del Fantasma es, en los primeros momentos, exactamente la de una sombra justiciera que aparece, golpea, hace comentarios cáusticos y desaparece. Examinar las primeras páginas hoy, tantas décadas más tarde, hace que los lectores resabiados seamos capaces de ver el truco: el Fantasma no tiene doble personalidad, protege a Diana y se enfrenta a los malvados, y la historia, al centrarse en la chica y sus problemas (lo que hoy se define como “point of view”), no tiene virtualmente tiempo que dedicar al Hombre Enmascarado. Pero, como decía, una atenta lectura y la experiencia de los muchos enmascarados que vendrían después nos hace comprender que uno de los pretendientes de Diana, el rico y algo almibarado Jimmy Wells es la doble personalidad oculta, al estilo de la Pimpinela Escarlata, el Zorro y lo que después sería Superman, de nuestro héroe.

Y entonces Jimmy Wells hace un comentario un tanto ambiguo y sale de la tira, los vericuetos de la aventura llevan al Fantasma lejos de América y lo hacen llegar al remoto país de Bangalla (así se llama originariamente, una nomenclatura que cambiaría con el paso de las décadas, como cambiaría su ubicación geográfica, ni en La India ni en África, sino todo lo contrario, y que nosotros respetaremos en esta edición, puesto que “Bengala” sí existe y no es la jungla del Fantasma), donde el guionista sigue dejándose llevar, tiene la inspiración genial de contar la historia de los pigmeos Bandar, el Juramento de la Calavera y la transformación de su héroe enmascarado en un Fantasma generacional. Jimmy quedó olvidado para casi siempre jamás , y el Hombre Enmascarado, a partir de entonces, sería un héroe sin nombre que a veces utilizaría el nombre de “señor Walker” (por el duende que camina) y que luego ya aceptaría el nombre de Kit Walker con el que lo conocerían las generaciones más cercanas.

Lee Falk supo siempre darle el tono adecuado a su personaje, ajeno quizá a los matices imperialistas que los lectores de otros rincones del mundo verían en un blanco justiciero (¡descendiente de nobles ingleses para más señas!) en una jungla llena de peligros y salvajes de aviesas intenciones. Pero la aventura nubla cualquier pega que, desde el hoy, pudiéramos hacer a ese signo de sus tiempos. Con los dibujos nerviosos de Ray Moore The Phantom se convierte en la serie de aventuras por antonomasia de la historieta de los periódicos del período clásico, que es lo mismo que decir la historieta de todo el mundo. La mítica y la poética del enmascarado sometido a un juramento familiar lo acercan una y mil veces a la muerte de la que no sobrevivirá como persona, aunque sí como leyenda: nuestro Fantasma es el Fantasma número 21 en una larga tradición de Fantasmas, lo que acrecienta el morbo de su situación, y la única pega que desde el siglo XXI pudiera hacérsele a este hallazgo tan trabajado de la leyenda es que hoy sigamos leyendo las aventuras del mismo Fantasma y no las de su hijo o su nieto: en el mundo del cómic, también lo sabemos y aceptamos, el tiempo transcurre de otra forma.

Ray Moore volvió tocado de la Segunda Guerra Mundial. Hasta hace muy poco no se ha sabido que una herida de metralla en el rostro, inoperable, le causaba enormes dolores que le impidieron desarrollar su trabajo y lo condujeron a una espiral de analgésicos y alcohol. Lo sustituyó el eficaz, discreto y encantador Wilson McCoy, un artista que, al estilo de Jack Kirby, supo sacar oro de sus limitaciones estéticas: lo que se perdió en glamour y en misterio se ganó en economía del sentido narrativo y, con el paso de los años, conociendo Lee Falk las limitaciones de su compañero de trabajo, la serie se reconvirtió en un amable melodrama donde la aventura fue pasando poco a poco a segundo plano y primó el humor suave, la situación absurda, los nativos de labios muy grandes y ambiciones aún mayores, los gigantes de buen corazón o mandíbulas de cristal, las ricas herederas despistadas en la selva, los malvados esperpénticos y, siempre, las tramoyas y los juegos escénicos a los que el Fantasma recurre de continuo para sembrar el miedo entre las tribus díscolas y los hampones blancos: no fue Batman el primero en comprender que el miedo es una de las armas más poderosas del superhéroe.

Wilson McCoy falleció en julio de 1961, pero su personaje le sobreviviría y, gracias a la labor del nuevo dibujante, Seymour “Sy” Barry, hermano de Dan Barry, el exitoso dibujante que ya había recuperado a Flash Gordon para los tiempos modernos, encontraría nuevos caminos de gloria. Un cuarto de siglo había pasado desde la primera aparición del Hombre Enmascarado en los periódicos, y la concepción del medio y, sobre todo, el mapa político mundial habían dado un vuelco. Los años sesenta cimentarían el resurgir de los superhombres en los comic books, por lo que no extraña que el nuevo dibujante, ya prácticamente desde la segunda aventura (la primera que firma) dirija la tira a un estilo más realista que sus predecesores, en sintonía con lo que se estaba haciendo en las publicaciones mensuales a todo color y que cubriría todo el resto de la década.

Más importante, sin embargo, es la consciencia de los autores de que las cosas habían cambiado en el mundo, y que la década que comenzaba iba a ser la época de África. El paternalismo colonialista del Fantasma, siempre suave y en segundo plano, pero existente de todas maneras, abraza la modernidad. Atrás quedan los sátrapas árabes, los salvajes incultos, la fantasía sheredaziana con algún toque de Busby Berkeley. Diana Palmer deja de ser la ociosa chica de clase media en que se convirtió (junto a su madre y su tío Dave, tan precursores ambos de Tía May Parker y el capitán Stacy de The Amazing Spider-Man; Stan Lee siempre supo hacer sus deberes), para alistarse nada menos que como enfermera y prestar servicio en un equipo médico de la ONU, en clara alusión a los Cuerpos de Paz que impulsaría John F. Kennedy. Ya con la primera historia (titulada luego “El mercado de esclavos de Mucar”) se da una especie de simbólico carpetazo al pasado, se acepta el mundo moderno desde la primera viñeta y se acepta la contradicción inherente de la serie, que abarca por igual el pretérito inaprehensible y una aventura colonial que estaba dando sus últimas bocanadas. La misma Patrulla de la Jungla, de reciente aparición en la tira, sustituirá pronto al coronel Weeks por un nuevo coronel de color, Morobu, y la independencia y la democracia llegaría a Bangalla (ahora Bengali) en forma de presidente negro casi siempre vestido de gala, el doctor Lamanda Luaga, que se adelantaría muchos años a Nelson Mandela y al propio Barack Obama.

La mitología del personaje, a pesar de su longevidad, demostraría a partir de 1961 no estar aún agotada, y Lee Falk, a raíz de este nuevo “back to the basics” o esta nueva “ultimatización” de su personaje , añadiendo elementos como el segundo símbolo del Fantasma (la cuádruple “P” que indica protección y que lleva en un anillo en la mano izquierda, más cercana al corazón, mientras que la marca de la calavera de la mano derecha expresa lo contrario), los archivos de la cueva de sus antepasados, la playa dorada de Keela Wee, la mesa del Fantasma en Estados Unidos, y con el tiempo la inclusión del adolescente Rex que funcionaría como el hijo que aún no había tenido, la boda con Diana Palmer tan largamente retrasada (y a la que, en raro crossover, asistirían Mandrake y Lothar), el nacimiento de sus gemelos y, caso inaudito, incluso mostrar el verdadero rostro del personaje, sin su antifaz.

Suenen los tam-tam de la selva profunda. El duende que camina, el espíritu que anda regresa.

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