Cuando en la navidad de 1977 nos asomamos por primera vez a aquella galaxia lejana, muy lejana, que con el tiempo acabaríamos por llamar con su nombre en inglés, Star Wars, y que lo quieras o no cambió para siempre el mundo del cine y el entretenimiento de los medios de masas, el personaje que más nos llamó la atención, adolescentes como aún éramos, fue el de aquel vaquero del espacio, fanfarrón y cínico, que iba acompañado por un mono gigante y pilotaba aquella nave en forma de croissant, Han Solo.
La película se convirtió en trilogía, la trilogía en hexalogía, la hexalogía en lo que quiera que vaya a convertirse ahora que Disney tira de las riendas y de nuestras carteras. Han Solo nos sedujo aún más en El Imperio Contraataca, se volvió un tanto infantiloide y tontorrón en El Retorno del Jedi, y muchos años después (ojo que va spoiler) se hizo viejito y se dejó matar por su hijo emo en El despertar de la Fuerza, con lo que el actor Harrison Ford se salió finalmente con la suya (insistió en que Han Solo muriera ya en El Retorno) y se libró de los nuevos y extraños derroteros que amenazan a la franquicia.
Tras el primer spin off de la serie principal, la irregular y un tanto parcheada Rogue One, le toca el turno al personaje. Y como no se pueden contar historias suyas hacia delante, se propone una vuelta a los orígenes, rellenando huecos que más o menos habían sido esbozados ya en las abundantes secuelas no-cinematográficas del universo de George Lucas.
La película, Solo (rebautizada tontamente Han Solo en nuestro país) no sorprende. Tampoco encandila, cierto es, pero no molesta. Recupera el sentido de la aventura intrascendente, donde todo va a tiro hecho, con tiros, persecuciones, explosiones y algún que otro chascarrillo (demasiado pocos, en opinión de quien esto suscribe). Era un riesgo asumido por la productora, pero riesgo de pocos quilates. El principal, sustituir al icónico Harrison Ford por un ilustre semidesconocido de apellido impronunciable, parece haber sido saldado con creces, ya que el chaval no desmerece, es más guapo que Ford (y más bajito) y tampoco tiene un script que le provoque recitar a Shakespeare con cada línea de diálogo. Lo demás ya es rellenar con tapaporos: su infancia como pillastre callejero en el planeta Corellia, su deserción de la armada imperial, su encuentro con Chewbacca el wookie y las malas compañías que lo llevarán a frecuentar a contrabandistas y gentes de los bajos fondos de la galaxia, el encuentro con Lando Calrissian (que roba todas y cada una de las escenas en las que aparece) y, por supuesto, la inevitable historia de amor. No de Han hacia la kaleesi morena por la que bebe los vientos, sino, naturalmente, la historia de amor de Solo con su nave, El Halcón Milenario.
Se agradece el tono decididamente ligero de la historia, aunque las bases del mundo o los mundos turbios sobre los que se asienta el poder del Imperio están ahí. Se agradece también, sobremanera, que en ningún momento se mencione la Fuerza, ni los caballeros Jedi, ni los sables de luz ni la República caída, quizá porque en el submundo o los submundos galácticos tanto da quien gobierne.
Dirigida con tino pero sin estilismo épico por Ron Howard, la película incide en el futuro gastado que propusiera George Lucas, tiene los suficientes guiños a los fans para encandilarlos pero sin desviar la atención de los lectores no versados (las líneas de diálogo que se repiten como coda, la armadura mandaloriana como adorno en el sancta sanctorum del malo, el disfraz que muchos años más tarde usará Lando Calrissian en el rescate in extremis de El Retorno, la aparición de ese personaje que ninguno se esperaba).
Cumple su función de ampliar el escope de la más grande space opera que jamás viera el cine, y al menos este espectador se queda con ganas de otros spinoffs de estos personajes carismáticos que no se toman la vida demasiado en serio.
Lástima, por cierto, lo oscuro de la fotografía.
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Categorías: Star Wars