Dicen los sabios que las obras de arte no se terminan, sino que se abandonan. Esto, que se cumple con la pintura, o la escultura, o la literatura misma, tiene una aplicación más difícil en el mundo de la historieta, donde hemos visto cómo los autores se marchan o fallecen y sus personajes (sí, su obra) los sobrevive. A veces, pocos años. En ocasiones, durante décadas.
En algún momento determinado de su larga labor creativa, por ley de vida, Hal Foster tuvo que ser consciente de que se acercaba el final. Y, como padre bien preocupado por sus hijos, debió de hacer mil y una cábalas sobre el futuro de Príncipe Valiente y su rico teatro de personajes. Desde el principio, cierto, el entorno histórico de la serie tiene fecha de caducidad, el gotterdamerung de la Tabla Redonda, la muerte de Arturo, la dispersión de la hermandad, el hundimiento de la sociedad en las tinieblas. Se sabe que Foster lo tuvo en cuenta. Pero terminar así, de esa triste manera, incluso en los desnortados y dolidos años sesenta, habría sido poner un punto final épico inigualable a la serie… pero una frustración terrible para sus lectores.
A cuatro o cinco años vista del retiro parcial de Foster, el autor, ya con 75 años, puede que sopesara mil y una maneras de colgar los bártulos. Y es posible que en este tomo que comprende los años 1967 y 1968 se confiese como nunca antes habíamos leído en sus páginas. Porque, verán ustedes, si hay un episodio extraño en el devenir de la tira desde 1937, si hay un personaje cuyo canon estético prácticamente no coincide con los parámetros visuales del estilo fosteriano, si hay una historia que sea una loa al amor y el carpe diem es la que abre estas páginas: la triste situación del príncipe Harwick, que abandona las responsabilidades del trono al que está obligado y que vuelve al redil tras una experiencia traumática. La responsabilidad por encima de la necesidad propia. Harwick, fíjense bien, es rechoncho, con bigotito que no parece de la época, entusiasmado por la pesca con caña, enamorado de una criada por la que ha renunciado a su destino como rey. Harwick, fíjense bien, tiene un físico que recuerda al del propio Hal Foster, que comparte su bigotito que no parece de la época, es un entusiasta de la pesca con caña, y está profundamente enamorado de una mujer (su esposa Helen) que por aquellos tiempos empieza a tener problemas de salud. ¿Es posible, entonces, que Harwick y Harold sean trasunto uno del otro? ¿Es posible que Foster, ya un anciano, fantaseara con la idea de renunciar a su trono y lo proyecte en su argumento? En cualquier caso, es significativo que sea el senescal, y más aún, Valiente, quienes lo convenzan para retomar su camino.
Pero las dudas de Foster no acaban aquí. El mayor enemigo de la historieta, como lo es del hombre, es el tiempo. Foster quizá no se cree con fuerzas para continuar el tono épico de su serie (podríamos considerar que el último gran aliento guerrero fue la aventura del príncipe Arn en América que vimos el tomo anterior), y nuevamente fantasea con un Val y una Aleta más jóvenes, de ahí el juego de dobles que presenta entre Reynold y Lady Ann, una historia un tanto desangelada que solo se explica, hoy, desde la necesidad, consciente o inconsciente por parte de Hal Foster, de buscar manos y mentes más jóvenes que continúen adelante su obra.
Advierto, como traductor, algunas sutiles diferencias de estilo en los textos de la serie en estos años. Las frases son más largas, el vocabulario estrictamente medieval (al menos en versión original) se hace más acusado, los “Nuestra historia” se integran de una manera diferente en la narrativa, completando la oración y no como un mero anuncio, e incluso tenemos abundantes viñetas donde no hay frase y réplica, como de costumbre hasta ahora, sino frase, réplica y contrarréplica. Nadie puede asegurarlo, pero parece como si los textos hubieran sido redactados o corregidos por otra mano anónima.
Como se me antoja, también, algún tipo de injerencia editorial en la terrible historia donde Arn, drogado, se vuelve berskr y asesina a la vieja bruja y su hijo deforme. Si en la idea original eran Horrit y el ogro de las marismas, habría sido una bella manera de cerrar el círculo y romper el maleficio de Valiente, el hijo tomando el lugar del padre y emprendiendo su propio camino.
Todavía, en estos años, parece posible que Arn herede el protagonismo de la serie y Val quede en segundo plano, como quedó el propio Foster, apenas tres años más tarde.
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