Se llamaba Víctor Mora. Tuvo muchas vidas y nos hizo vivir por vida de otros. De sus vidas reales, nos quedamos con su infancia de niño de la guerra exiliado en un campo de concentración francés, su vida en Francia, su contacto entonces con los grandes clásicos del cómic de prensa norteamericano (que, no hace falta decirlo, fueron y aún son los mejores cómics de todos los tiempos), en especial Prince Valiant, que tanto influyó luego en su obra. Esa vida real, en España, y en Bruguera, por si las moscas, le llevó a usar varios seudónimos. Víctor Alcázar el más popular, el que utilizó, quién sabe si con retintín o por obligación, en la mayor parte de su obra, esa que nos hizo vivir por vida de otros otras vidas.
Los hagiógrafos al uso, quizá los mismos que hoy se avergüenzan de términos como "tebeo" o "historieta" dicen siempre que Víctor Mora fue "novelista y guionista de cómics". Creo que fue, antes que nada, guionista. Y que escribió alguna novela (quizá con éxito, no las he leído, no han llegado, me parece, más allá del terruño barcelonés).
Y es que Víctor Mora fue el guionista de tebeos español por antonomasia. El que revolucionó un género, la aventura, y marcó con su impronta los personajes y títulos que vinieron luego. Él mismo, cierto, repitió una y otra vez el esquema que llevó a la perfección. Pero no hubo durante veinte años personaje del tebeo español (o de la tele, ahí está Curro Jiménez, ahí están Los Paladines, ahí está El Ministerio del Tiempo) que no siguiera ese estilo y ese esquema.
Y el esquema era sencillo, y tiene mucho más mérito porque se produjo en una España triste y analfabeta. Un héroe, un forzudo, un adolescente o un comparsa gracioso. Una dama. La tríada de personajes que quizá empezó con Los tres mosqueteros, que ya existía en el cómic español (recordemos El Capitán Misterio del gran Emilio Freixas), e incluso en el cine marcial de la posguerra (Botón de Ancla).
Mora, sin embargo, fue más lejos. Fue, sobre todo, un magnífico contador de historias. Aportó al tebeo español su cultura de lector de tebeos foráneos, su pasión como lector de libros, su ideología política. Y, contra los personajes motivados por la nada o la venganza, fue capaz de mostrar héroes que sonreían. Héroes que derrocaban tiranos, pero también los perdonaban. Historias que se tomaban en serio, pero contenían humor. Y, sobre todo, suspense. Los tebeos apaisados escritos por Víctor Mora son un ejemplo admirable de gradación dramática, desde las llamadas al lector desde las cartelas al estratégico uso de los monólogos y, en especial, el recurso del continuará. Quienes han leído su obra en las reediciones remontadas de los años setenta o después sólo pueden imaginar la tensión de la espera, semana a semana, para saber cómo se resolvía el embrollo de una trama que, pese a su sencillez, era capaz de mantener en vilo a sus seguidores.
El Capitán Trueno es su héroe más emblemático, el personaje que marcó a varias generaciones y que, por aquello de la estulticia editorial, languideció cuando se hicieron cuentas y se advirtió que era más rentable reeditar en color en vez de continuar creando aventuras (y recordemos cómo se ignoraron los derechos de los creadores durante décadas). Pero ahí quedan también El Jabato, El Cosaco Verde, El sheriff King, Galax el Cosmonauta, Ray 25, Sunday, Dany Futuro, Vendaval, El Corsario de Hierro, Tequila Bang, Las crónicas del Sin Nombre y tantos otros.
Víctor Mora no fue solamente un grande. Fue el mejor guionista de tebeos de nuestra historia. Descanse en paz.
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