AL SERVICIO DE SU MAJESTAD BRITÁNICA
Los años cincuenta que en este ejemplar se despiden habían sido una década de asentamiento. Una guerra mundial ganada, un nuevo mapa geopolítico, unos veteranos que habían vuelto del frente un tanto cansados del exotismo y la popularización de nuevos héroes más apegados a lo normal, quizá por el mismo hartazgo de la aventura o porque el formato televisivo no daba para muchos sobresaltos por su perpetuo problema de presupuesto. En la historieta se fueron afianzando personajes más cercanos al lector (siendo Peanuts el máximo exponente de su momento; cito a Peanuts porque Hal Foster ya expresó su fascinación por este título), héroes más desaforados (como Phantom o Flash Gordon) se hicieron más realistas y hasta autoparódicos; la ciencia ficción y el terror tuvieron la zancadilla de la caza de brujas y se puso de moda el policíaco. Todo eso estaba a punto de saltar cuando llegara la nueva década, la prodigiosa, cuando los comic-books de colorines trajeran a los superhéroes y al pop al primer plano. Pero antes, en estos mismos años cincuenta, previo paso al cine que lo haría popular, un personaje que se convertiría en icono ya había empezado a socavar la moral bien pensante. Le debía muchísimo a los cómics, aunque ya no se le reconozca, y nos mostró a un agente secreto amoral y misógino con licencia para matar y beber a cascoporro. Dicen que Kennedy tenía sus libros en la mesilla de noche.
Puede que también Harold Foster leyera las novelas de James Bond, el agente británico de Ian Fleming. Porque su personaje, el príncipe Valiente, mil quinientos años, allá en la misma Gran Bretaña, se convierte en estos años finales de la década en el chico para todo del rey Arturo: en su mano derecha, su agente encubierto, su explorador, su general. Se le encargan todo tipo de misiones y Val las resuelve (o no) con su habitual descaro y su buena suerte. La aventura ya no le sale al paso: él mismo va a buscarla porque se lo ordenan desde arriba. Val (y Gawain en menor medida) se han convertido en funcionarios.
Foster juega con cierto distanciamiento formal en esta etapa; une el descreimiento con el humor, la aventura bélica con el horror. Si Valiente, disfrazado de Cid, es capaz de engañar a un señor feudal que mantiene prisionero a su amigo Gawain, es éste quien sigue tomándose la vida a risa y se dedica a seducir y estafar y hasta a partirse la cabeza contra escuderos y leñadores en un torneo de segunda. Foster, aquí, una vez más, toma partido por los desheredados de la tierra: los criados de Gawain, los forajidos perseguidos y mutilados por capricho. El descreimiento de Foster lo lleva a trazar una historia de amor que podría haber sido romántica y apasionada como si una comedia de Clark Gable y Claudette Colbert se tratara: no hay nada menos romántico que una parejita perdida en los caminos, empapada por la lluvia y sucia por el barro. Foster se ríe del amor y nos hace reír del romanticismo. Pero la tragedia espera a la vuelta a Camelot. Una riña tonta entre Val y Aleta hacen que nuestro caballero haga algo que hoy nos parece aterrador: zurrar a su esposa. Y este acto, contado en principio con despegue y naturalidad, sin que Foster parezca condenarlo en un principio, acaba convirtiéndose en un terrible detonante que va a afectar no sólo al matrimonio protagonista, sino a la cordura de nuestro príncipe.
Nuevamente, Val tiene un ramalazo bersekr que da miedo y a punto está de acabar con su vida. Es el pago a su terrible pecado y su salud depende del perdón. Aleta se convierte una vez más en dama angelicata que acude a salvar a su amado y a sí misma. Nos suena esta historia: un punto de ruptura similar se resolvió años atrás con el nacimiento de Arn meses más tarde.
Foster ahora juega otra vez la carta de Hulta, cuando ocultó el físico del mensajero en la guerra contra los hunos. También decide no contar lo que está pasando en los textos, pero los dibujos son harto elocuentes y Aleta cubre con capas y gasas, en toda la última parte de este libro, su estado. Un gran secreto que, a la postre, resolverá el dilema de Arn y las casas reales de Thule y las islas de la Bruma.
Comentarios (13)
Categorías: Principe Valiente