Si cine es movimiento, entonces Mad Max: Furia en la carretera es cine puro, sin aditamentos, el placer de la narración sin tregua y, al mismo tiempo, la búsqueda de la belleza en cada encuadre.
Treinta años han pasado desde que el loco Mad, policía reconvertido a superviviente, héroe a su pesar de un mundo post-apocalíptico, quedara varado en el desierto rojo donde vive y quema rueda. Se dice pronto. Mad Max, lo recordamos todos, fue una de las trilogías que salpicaron el cine de los ochenta, la presentación en la sociedad internacional del cine aussie y el trampolín del bello Mel Gibson. Tres películas que parecían tebeos, que participaban de la estética 2000 A.D y de Mètal Hurlant y que, incomprensiblemente, nunca se convirtieron en la gran franquicia que podrían haber sido: ni Marvel ni DC aprovecharon el tirón e hicieron adaptaciones al cómic, ni se jugó a los presupuestos inferiores que la historia bien permitía para lanzar una o varias series televisivas.
Vuelve ahora Max, de la mano de su creador George Miller, como han ido volviendo poco a poco todos los iconos que fueron sus contemporáneos: Rocky Balboa, Indiana Jones, Rambo o Star Wars. Y vuelve cambiando de rostro, pero no de ambiente, sustituyendo a Mel Gibson por Tom Hardy y presentando no un remake, como se anunció y causó alarma, sino una aventura más en el camino, un encuentro con otros supervivientes, con otro tipo de salvajismo. El resultado es la mejor película de acción de lo que llevamos de año y la mejor de la serie.
Llama poderosamente la atención que Miller, con setenta años ya a las espaldas, haya rodado esta película con un pulso narrativo envidiable. No hay CGI apenas: todo lo que se ve en pantalla (y se ve mucho) es físico, real, rodado en meses y meses de paciente coreografía de la destrucción. La película es un ballet hermoso y letal, una exageración de los postulados de la anterior trilogía, sin caer en el ridículo pseudo-humorístico que (¿por imposición de Mel Gibson, quizá?) lastró la última media hora de Más allá de la Cúpula del trueno (o sea, Mad Max 3, para entendernos). La paleta de colores, ahora virados al rojo más que nunca, más la presentación de personajes mutantes, deformes, exagerados, nos lleva de explosión en explosión a este western futurista que en ocasiones incluso parece steampunk. Tiene una gramática clarísima, esta película, una estilización absoluta de la acción y la violencia, donde los choques y enfrentamientos se ven y se entienden, donde el espectador no se despista en ningún momento ante las muchísimas cosas que pasan en la pantalla, y donde en todo momento, desde la catarata al guitarrista heavy, al pantano en la niebla o la tormenta de arena se muestra con un delicado sentido de la estética.
Sale poco Max, cierto: ya no es el protagonista de su propia vida, sino que es un juguete movido por las arenas de su mundo. En ningún momento se nos cuenta cuándo estamos, aunque algún detallito suelto (la locura que todavía acompaña a Max, las alucinaciones con su hija muerta, el motorcito del juguete musical) nos hacen pensar que, en lo que ahora es una cuadrilogía, esta película sería la segunda; justo antes de El guerrero de la carretera (o sea, para seguir entendiéndonos, Mad Max 2, hasta ahora la mejor de la serie), no después de ésta ni de la tercera (donde Max, recordemos, era ya más viejo).
La película es Sergio Leone, como todas lo fueron, pero aquí la maestría de Miller nos remite en ocasiones a John Ford, desde los escenarios al plantel de secundarios que huyen de la barbarie. Es, prácticamente, una versión siglo veintiuno de La diligencia, con los indios atacando el camión blindado e incluso la embarazada (o embarazadas) que viajan hacia ninguna parte.
Hay dos grandes personajes en la película, opuestos pero similares en su situación. Por un lado, una Charlize Teron que interpreta a Furiosa, un personaje femenino en ese mundo salvaje dominado por los hombres y que crea, sin complejos, una heroína de acción que busca redención por pecados que, sabiamente, nunca se nombran. El otro es el escuálido Nux ( Nicholas Hoult, a quien vimos en la franquicia mutante haciendo de la joven Bestia), un alucinado neo nazi cuasi vampírico que vive del vigor de la sangre de Max y que, en su búsqueda desesperada de un Valhala donde inmolarse acabará encontrándose a sí mismo.
Pasa muy poco en las dos horas de proyección, pero pasa mucho. Miller cuenta su película con trazos impresionistas, sin detenerse a profundizar en sus personajes ni en las motivaciones de estos: pero no hace falta. Basta una mirada, un comentario, un escaso momento de respiro para que comprendamos cómo son, por qué su desesperanza. Contra ese deseo de supervivencia, la muerte que no tiene miramientos y se lleva por delante a los personajes cada dos por tres.
Ese sería, entonces el leitmotiv de la historia: la búsqueda de esperanza y de redención. Y Miller, muy sabiamente, sin machacar las ideas, encuentra la posibilidad de recuperar ese mundo yermo y radiactivo lleno de líderes mesiánicos y pústulas en ese grupo de mujeres marginadas, supervivientes, víctimas, que encarnan la naturaleza que puede volver a asomar en cualquier momento, allá donde sólo hay desierto y chatarra, para crear un mundo que parta de cero y donde no tendrán cabida ni los líderes neonazis ni los héroes a su pesar, como Mad el loco, el guerrero de la carretera que ahora tiene un nuevo rostro y, ojalá, pueda llevarnos a vivir nuevas aventuras.
Comentarios (35)
Categorías: Cine