Encarnó al truhán simpático, vivalavirgen, poco dado a las pendencias. En cierto modo, podríamos decir que creó un personaje a partir del modelo explorado por Cary Grant, cuya vis cómica heredó. Un paisano que lo mismo era un jugador del oeste (en Maverick, papel que alternó con varios primos, uno de ellos Roger Moore), o el conseguidor que a todos nos encandiló tanto en esa joya del cine que es La gran evasión, o su personaje de Jim Rockford, ese detective que parte de Marlowe (a quien interpretó un par de años antes) y que anda siempre entre la vagancia, la picaresca y la astucia.
Fue presidente de los USA celoso de otro viejo presidente, le fue fiel a una viejita con Alzheimer, recibió el apoyo de un pueblo de locos cuando hizo de sheriff, como Wyatt Earp (por segunda vez) recorrió el Hollywood del cine mudo, sufrió una crisis de identidad cuando se enamoró de Víctor sin saber que era Victoria, corrió delante de un dobermann y fue un astronauta jubileta, y hasta recuperó su personaje fetiche haciendo de padre de quien es, en el fondo, uno de sus herederos, Mel Gibson.
Tenía esa extraña habilidad de caer bien y el don de los actores de hacer de sí mismo casi siempre. El olimpo del cine está lleno de actores de raza que hacen del personaje de su vida el mejor de los legados.
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