Tiene que dar algo de cosa haber iniciado tú mismo la moda de las películas de superhéroes marvelianos-pero-menos que nos invade, que llegue otro y te destroce el chiringuito (aunque tú mismo seas productor ejecutivo), y llegue después otro más y le de mil vueltas a los personajes, al sentido de la narración, a la puesta en escena y hasta al reparto (aunque tú mismo seas productor ejecutivo también). Como existe el karma, las presiones, los compromisos y las ganas de seguir explotando la franquicia, Bryan Singer, el de los sospechosos habituales y tal, vuelve al redil mutante para mostrar una versión muy sui generis de aquellos dos números históricos de Claremont y Byrne, Días del Futuro Pasado, con que nos alegramos las pajarillas los lectores de tebeos de la Patrulla X... hace ya tantos años que ni merece la pena hacer cuentas.
Los dos tebeos, no sé si recuerdan o ustedes pero se lo digo yo con la perspectiva que dan los años y las canas, no son en el fondo sino el epitafio de la saga mutante. Con aquellos dos números maravillosos los autores, a un número (si no me falla la memoria) de despedirse de la serie en su colaboración (Claremont seguiría, claro), quizá sin saberlo estaban cavando la tumba de la continuidad para décadas venideras. Porque al contar aquel futuro que podría ser, en el fondo, estaban dando por agotado el presente de la colección, e hipotecando el futuro de los mutantes, que se verían abocados desde entonces, en sus infinitas colecciones y sus infinitos crossovers, a ese futuro apocalíptico o a variaciones sobre el mismo. Con sus contradicciones, claro. Nadie sabe en realidad qué alternativas se abren o se cierran cuando se viaja en el tiempo.
Y tampoco lo saben Bryan Singer y sus guionistas. La película funciona como todas las películas de los X-Men: una película de Lobezno donde los demás actúan de secundarios para mayor gloria del actor. A estas alturas, evidentemente, no se podía adaptar el tebeo con los verdaderos protagonistas de aquel viaje en el tiempo, y se hace bien en centrarlo en Lobezno. Funciona, en gran parte, como un intento de ordenar las contradicciones que abrió la excelente (y superior a esta en todos los sentidos) X-Men: First Class, aunque para ello tenga que arrasar, literalmente, con el interesante casting de secundarios y centrarse sólo en cuatro de aquellos actores.
Menos claro queda el intento de que pasado y futuro se combinen, que lo que se hace en 1973 tenga efecto en 2023. Y el intento final, donde el director se pasa un pelo con la muerte de los X-Men del mañana (y que no han sido debidamente presentados: son unos tíos raros que están allí, desgranan poderes extraños, destruyen y palman) mientras vemos cómo en 1973 todos sueltan parlamentos larguísimos, no casa. No todas las películas son capaces de mostrar el equilibrio de acciones, donde una no es más importante que la otra y se debe a las demás, que aquella película de ese señor tan denostado, George Lucas y El retorno del Jedi.
La película entretiene, sí, y tiene momentos de sobresaliente. Pero muestra cambios de ritmo que la retienen demasiado. Los personajes principales (Xavier y Magneto, en definitiva) quedaron mucho mejor trazados en First Class, y por mucho que quiera Jennifer Lawrence, monísima ella, sigue siendo una niña buena que no da miedo por muchas capas de azul que le pongan encima.
El gato al agua se lo lleva, y es una lástima porque tendría que haber aparecido más, ese joven "Peter" que ni siquiera es identificado como Quicksilver y que revalida la tesis de que, bien tratado, con la posibilidad que ofrecen hoy los efectos especiales, el tebeo de superhéroes puede todavía sorprender en pantalla. Atentos al guiño que se hace a Wally West (el velocista de la Distinguida Competencia) o quizá a Impulso, cuando vemos que el joven Maximoff (¿su madre se llamará Magda?) acumula galletas, dulces y refrescos azucarados. Hay un error, por cierto, en la apabullante escena donde Mercurio (llamémoslo así aunque no se le llame así, a la espera de ver cómo llaman al personaje -que no al actor- cuando aparezca repetido en Vengadores 2) se calza los walkman y escucha "Time in a bottle", una canción de dos minutos y poco más que es imposible que escuche en una milésima de segundo. Como licencia poética se acepta, vale.
Un par de guiños a Watchmen, el inevitable tip of the hat a Terminator, unos Centinelas muy feos que casi recuerdan a los robots de I, Robot y un final feliz que es imposible en la lógica de ese viaje temporal que nos presentan, muy buenos gags visuales (Lobezno en el control de metales o Magneto en la estación de metro Victor Hugo, el autor de Los Miserables), un Bolivar Trask que no sólo no convence si no que no pega, y nuevos huecos en la continuidad inter películas desembocan, como en las pelis de la competencia que no es tal pero sí lo es, en una escena post créditos donde se nos anuncia que la próxima película será la adaptación (o tal que así) de Age of Apocalypse, donde o se quitan de en medio las paradojas temporales o el final de la franquicia está servido.
Y mientras tanto, algunos aún querríamos ver a Magneto y los demás en la Tierra Salvaje...
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