La verdadera ultimatización del universo Marvel no está en la línea de cómics divergente (y desaparecida), sino en el cine. La nueva versión de personajes que tienen ya sobre sus espaldas tres cuartos de siglo (como el que nos ocupa) no se está haciendo en el papel, sino en las pantallas (de cine, televisión o incluso videojuegos). De esta manera, argumentos y caracteres que los lectores conocemos desde hace décadas se transforman, se ofrecen como nuevos para públicos nuevos. Dejan de ser cómics para convertirse en iconos de otra cosa, una nueva moda, apta para todos los públicos casi siempre, lo que quiere decir para espectadores no freaks, no en el ajo, que es donde está, mal que nos pese, la parte importante de todo este negocio: el dinero que da la mayoría.
Repitiendo a su aire el esquema de crossovers que Stan Lee (y hablo ahora del Stan Lee editor) creó con su pequeña editorial en los años sesenta, el cine que ha absorbido a aquella editorial con problemas económicos y al borde de la bancarrota (recuerden ustedes la suspensión de pagos allá por el año 2000), ha vendido su stock y parece que lo ha hecho bien, en tanto la invasión de los superhéroes marvelianos, desde dentro de la propia empresa reconvertida a productora como de las otras productoras a las que hipotecó antes algunos personajes emblemáticos (Spider-Man, X-Men, Fantastic Four, etcétera) es tan apabullante que no deja tiempo a la sorpresa. Imagino que para el espectador neófito, para el adolescente que se inicia en esa mezcla de melodrama, aventura, efectos especiales y testosterona superheroica debe ser una experiencia única, como lo fue para los que vimos aquello mismo en papel, hace tanto tiempo, de una manera algo más propia y (quizás) más redonda.
Enlazando una película con otra, jugando a los referentes, Marvel Studios ha conseguido crear una sensación de universo más o menos coherente (siguen echándose en falta, claro, los personajes vendidos a las otras empresas), con Nick Furia como eje central y los Vengadores como escaparate más o menos vistoso. Que estrellas de primera fila como Scarlett Johannson o Robert Redford o Robert Downey Jr. se presten al juego es indicativo de por dónde se mueve el mercado. Imagina uno que en España se consiguiera hacer algo así y a ver si alguno de nuestros divinos actores sería capaz de jugar a este juego.
La segunda entrega de las aventuras del Capitán América ejemplifica que el proceso de prueba y error iniciado con Iron Man ha culminado, por fin, en una cinta que puede verse como cine de acción y no solo como el trasvase más o menos acertado de un personaje de papel al cine. Si ya la primera entrega, por lo menos hasta la traca final, conseguía hacer ver que el Capitán América es quizás el personaje que mejor puede funcionar en pantalla (es la única película donde el relato del origen es más interesante que todo lo que viene luego) aquí se abunda en esa misma idea: como en los años sesenta, pero ya ha llovido, Steve Rogers es un desclasado, aislado de su tiempo, un patriota que conserva su integridad (y su liberalismo), y que no solo no entiende los matices del mundo moderno y la tecnología, sino los quiebros y piruetas que ese mundo moderno ha acabado por adoptar con tanto descaro que parece que fueran sus enemigos (en la ficción del cine y en la realidad de nuestras vidas) quienes hubieran ganado la guerra.
La película es una excelente película de acción, quizá la mejor de todas las que se han hecho de los superhéroes hasta el momento: el referente Indiana Jones de la primera película se transmuta aquí en James Bond, y es bueno que el personaje no tenga superpoderes exagerados y lo veamos sufrir, dañarse, sangrar y enfrentarse prácticamente a manos desnudas, con escudo o sin él, a todo el montón de obstáculos que se le ponen por delante, desde un caza armado hasta los dientes a dos docenas de maromos en un ascensor. Si Robert Downey Jr convirtió a Tony Stark en sí mismo, Chris Evans se mete en la piel de Steve Rogers como si hubiera nacido para interpretarlo: es apuesto y desvalido al mismo tiempo, ingenuo y pícaro, duro y tierno. Lo vamos a echar de menos cuando abandone la franquicia... y el abandono de la franquicia se ve a la legua en esta película.
Los guionistas tiran sin disimulo no del Capitán América, sino de aquella miniserie de Nick Furia contra Shield, y la mezclan con la quizá demasiado reciente saga de El Soldado de Invierno. De hecho, la importancia de este personaje en el devenir de la película es prácticamente anecdótica y el argumento podría haberse desarrollado igualmente sin él, en tanto la riqueza de su pasado apenas se insinúa y la tercera película irá en esa dirección. Más adecuado, en mi opinión, habría sido llamar a este film "Capitán América contra SHIELD" y dejar este título para la tercera entrega. Pero doctores (Extraños) tiene Marvel.
La historia de espías, donde nadie se fía de nadie, las escisiones de SHIELD, los malos infiltrados, las persecuciones, la presencia en la sombra del malo malísimo, incluso la versión más o menos moderna de personajes como el Halcón o Arnim Zola es interesante, bien contada, trepidante. Los momentos de pausa no hacen sino revalidar la enorme riqueza emocional que Stan Lee (sí, Stan Lee, no los creadores originales) supo añadir al personaje, creando un ente nuevo que sobrevive hasta nuestros días.
Menos me convence la idea de que en la organización de espías han estado in albis toda la vida, que Hydra inmortal Hydra tenga miles de malosos infiltrados en todas partes. La película habría salido ganando si, en vez de Hydra, nos hubieran presentado, incluso descafeinado, lo que no deja de ser un golpe de estado del Imperio Secreto, o cómo los políticos y sus seguidores actúan no por maldad intrínseca (como parece el caso), sino por eso tan doloroso que experimentamos en la vida real cada vez más: por pragmatismo. Que Robert Redford, con su pasado casi izquierdoso, haga de malo aquí parece indicar que por ahí pudieran haber ido los tiros.
El status quo del universo Marvel cinematográfico queda patas arriba al término de esta película, algo que afectará a la serie televisiva de los hombres de Coulson y que habrá que ver cómo se menciona en la próxima entrega de esta "fase dos" (miedo da la "fase tres") de los personajes marvelianos.
Hay un par de huevos de pascua divertidos. O dolorosos, según se mire. Porque ver cómo Sharon (no sabemos su apellido) acierta en la diana de su blanco como nueva agente de la CIA tiene su aquel, no me digan ustedes...
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