Hay demasiadas ocasiones en que servidor de ustedes no comprende cómo Carlos Giménez no tiene hoy en día la veneración que se merece desde hace décadas. Carlos lo ha dado todo y lo ha hecho todo en el mundo del tebeo, desde la ciencia ficción a la historia, desde el humor a la crónica, desde la sátira periodística a la autobiografía. Y siempre desde su categoría de narrador impresionante, imprescindible, explorador antes que los demás de géneros y recursos dentro del medio. Se nos van los elogios a autores extranjeros, nos escudamos en distinguir tebeo o cómic de novela gráfica cuando Giménez, insisto que desde hace décadas, tendría que ser un referente de todo y para todos. To boldly go where Gimenez has gone before.
La última empresa del genio es relatar en historieta, en cinco álbumes, la biografía de Pepe González, lo saben ustedes. Una aproximación que en ocasiones parece un palimpsesto de su célebre obra anterior, Los Profesionales, donde sólo el nombre de Pepe González figura sin disfraz y donde editores y autores (Toutain o el propio Giménez) aparecen camuflados o con nomenclatura diferente a la del pasado.
La historia de Pepe, así, se nos muestra como una acumulación de anécdotas, momentos vividos, recordados o relatados donde el genial autor de Vampirella demuestra su arte y su incapacidad de orden en el mundo caótico que lo rodea y del que se rodea. Hay muchas risas en los álbumes anteriores, un tanto de repetición machacona al respecto de su enorme valía como dibujante y su falta de interés por muchas cosas.
Pero el retrato se empaña en este último álbum, el penúltimo, donde empezamos a asistir al deterioro físico y personal de Pepe González. Las risas se convierten ahora en un nudo en la garganta: hay tristeza, hay soledad, hay ese sentido inevitable de luchar contra la muerte. Pepe asiste a su decrepitud física, a la vejez, al descuido y la desidia, a la enfermedad y el desorden. Y nosotros con él sufrimos todo eso, como una avanzadilla de lo que también nos esperará algún día.
Giménez no quiere contar el mundo de la noche que al parecer fue también parte indivisible de la historia personal de Pepe González. Quizá no le hace falta. En este álbum permea la idea de indefensión, de desastre inmimente, y ni siquiera un gran desastre: el final que nos aguarda a todos, como ya le ha alcanzado a Truffaut-Toutain en su historia, como le alcanza al mundo de las agencias y las revistas. Las últimas páginas son una reflexión en voz alta, un lamento por la pérdida desde la experiencia y la sabiduría.
Giménez no está haciendo solamente biografía de otro autor. Está haciendo biografía de un medio, de una época, de nosotros.
Está haciendo biografía de sí mismo.
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