Hijo de reina hada, aunque el detalle pase por alto en la saga, sobrino del rey Arturo y hermanastro a su pesar del traidor Mordred, escocés de isla pero latino de corazón, el jovial Sir Gawain es el personaje que, sin ser familia directa de Valiente, se convierte en la serie en lo más parecido a un padre, primero, a un hermano mayor, más tarde, y en ocasiones incluso a un atolondrado hermano pequeño.
Llama la atención en Sir Gawain la riqueza de sus matices, que no sólo no resultan contrapuestos sino que crean un personaje de pies a cabeza, con sus contradicciones y sus grandes momentos de lucimiento. Caballero noble al principio, blanco de brujas rijosas (en la leyenda, su propia tía), secuestrado o herido para dar oportunidad de lucimiento a su escudero con ínfulas de caballero andante, Sir Gawain encarna el sentimiento (recordemos cómo cubre con su capa a un Val desesperado ante el matrimonio de Ilene) mientras que la razón y los consejos sabios pertenecen a Lancelot.
Es a partir de la aventura contra los hunos cuando, formando trinca con Val y Tristán, Gawain empieza a convertirse en contrapunto cómico. Noble, sí. Mujeriego, también. Pero capaz de momentos de ridículo que, en cualquier otro personaje, parecerían indignos: recordemos el incidente con los jugadores de dados y la escandalosa mala aventura con el barreño. Pero, ah, no nos descuidemos: Gawain es un caballero de la Tabla Redonda. Puede ser gallardo y calavera, como el Errol Flynn en quien parece en ocasiones inspirarse, pero tras su sonrisa y su pose hay un guerrero letal.
Gawain puede dejarse llevar por la molicie y el alcohol, abandonar a Val y su misión porque le divierten más los cantos de sirena de los nobles echados a perder, pero se redimirá justo a tiempo de salvar a su amigo de la tortura y la muerte. Ese es el juego del personaje, la eterna pulsión del lado oscuro, una psique que se adivina torturada y que, en el futuro de la serie, llevará a enfrentamiento directo con el otro gran caballero, Lancelot, tan pecador como él bajo la apariencia de un santo.
En los dos años que abarca este volumen, quizá por influencia de la película dedicada al Príncipe Valiente y el protagonismo de Sterling Hayden, que lo encarnó en la pantalla, Gawain tiene sus principales momentos de gloria. Lo vemos visitar Thule, recorrer el Mediterráneo y peregrinar a Tierra Santa, y enfrentarse a los hombres del desierto sin perder la sonrisa, encandilar con sus tirabuzones a la hermosa hija del caíd bandido, sufrir los amores juveniles de una chica feminista adelantada a su tiempo y, sobre todo, dar muestra de su valía como guerrero (“hombre de hierro”, lo llama el texto) en dos duelos con los que asegura, ante un difícil pero honrado enemigo y ante un pisaverde con ínfulas de gloria, la estabilidad del pequeño reino de Aleta.
Tiempo tendrán Gawain y Val para salvarse y rescatarse mutuamente en el futuro. No sabemos, eso sí, si el jovial caballero vestido de verde, en desquite, llamó alguna vez “Sir Valiente” a algún perro de caza inquieto y ladrador. No me extrañaría nada, desde luego.
(El texto que acompaña al tomo IX de la edición de Príncipe Valiente restaurada por Manuel Caldas, 1953-54, "Los guerreros de hierro", ya a la venta).
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