El juego de Ender fue primero un relato que luego su autor amplió a novela y marcó el inicio de la popularidad de Orson Scott Card y de una saga que, con sus bifurcaciones, sus continuaciones y sus vueltas atrás lleva ya un buen puñado de títulos en el mercado. La ingenuidad de aquella primera historia suponía, vista con la perspectiva de los años, la presentación en sociedad del escritor mormón y algunas de sus obsesiones: lo militar, internet y (al menos en su momento) los videojuegos.
Llega ahora a las pantallas, después de muchos intentos, muchos borradores y muchas reelaboraciones, la adaptación de la novela al cine. Muchas de las imposiciones de Card han quedado en el camino, la principal de todas, quizás, la edad de Ender, que de ser un niño de seis años al principio del libro es aquí un preadolescente toda la novela, y además bastante alto (y muy mal doblado, por cierto). Salta por la borda, comprensiblemente, la subtrama de los otros dos hermanos genios y la importancia de las redes sociales que Card ya aventuró hace treinta años y que entonces parecía algo imposible. Y saltan también, y es lo peor, buena parte de los juegos de guerra de la Escuela de Batalla donde Ender se va ganando amigos y enemigos y, de paso, la admiración de los jefazos de la Flota.
Eso es, quizás, lo que más chirría de la adaptación. Los actores están más o menos bien, los efectos especiales son aceptables (ya no sorprende nada hoy en día), la trama está bien contada aunque la historia del gigante y el videojuego queda un poco fuera de lugar. Pero falta chispa, falta mordiente, faltan escenas intermedias que justifiquen las acciones de todo, que nos expliquen la relación que establece Ender con los otros niños prodigio que luego estarán a su mando (y que aparecerán en otras novelas precuelas). Todo va demasiado deprisa y es un tanto desangelado. No soy capaz de asegurar que, como yo sabía el final, la sorpresa esté mal contada o no, aunque me lo parece. Sorpresa, por cierto, que el propio Card había decidido eliminar en uno de sus borradores y que este guión (ajeno) recupera.
La adaptación llega, quizá, demasiado tarde. Y no se beneficia de las reescrituras y vueltas atrás que el propio Card ha ido haciendo en su saga: cierto buenrollismo que quedaba muy bien en las novelas posteriores e incluso en las historias protagonizadas por Bean, pero que aquí hacen que todo esté contado como con desgana, sin que los insectores sean una amenaza (que lo fueron) ni que la sorpresa del encuentro final se deba a un caso de atroz falta de comunicación/comprensión del otro y no de la maldad intrínseca de los jefes de la Flota. La película, por cierto, utiliza el término "formic", como en posteriores revisiones de la saga y no el de "bugger" como en el libro original, pero en la versión doblada dicen "insectores".
Extraña un mucho que Sir Ben interprete a Mazer Rackham (un maorí que en las novelas que configuran las precuelas es prácticamente un jugador de los All Black), igual que sorprende que la película no esté rodada en 3D, con lo que habría ganado en las (brevísimas) escenas de combate en la Escuela de Batalla. No está del todo mal Harrison Ford, todos los personajes secundarios son feos hasta decir basta, y quien eligió a Bonzo Madrid tendría que exiliarse de Hollywood durante una temporada.
Card me dijo hace tiempo que no quería que hicieran una adaptación de La voz de los muertos, pero el final parece sugerir que la saga podría continuar de alguna manera en las pantallas.
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