El sábado es nuestro último día en México, y es también el día en que tenemos que presentar Oceanum, en hora de máxima audiencia, a las dos y media de la tarde, justo después de alguna estrella mediática de la cultura pop juvenil.
Ya hemos hecho las maletas. Ya no nos despertamos a deshora víctimas del jet-lag. Ya no me cuesta tanto trabajo respirar. Damos el último paseo por el centro histórico, acompañados de nuevo por Juan Madrid, que nos cuenta que con Moncho Alpuente llegó a plantearse un musical sobre Franco. Las risas se rematan cuando digo que un "Franco sobre hielo" habría sido la caña.
Nos toca por fin nuestro acto en la carpa. Una carpa que está llena hasta los topes de gente, casi todos jóvenes. Nuestra bella editora allí sentada entre el público. Y nosotros dos en el gran escenario, sin nadie que nos presente, porque hasta aquí ha llegado la leyenda de Pili y Mili en escena, charlatanes, divertidos y exagerados, capaces de meterse en el bolsillo a los asistentes a un velatorio.
Y allí de pronto nos quedamos los dos algo envarados. El libro que venimos a presentar, Oceanum, lo escribimos hace tres o cuatro años y, cáspita, ni lo recordamos. Empezamos titubeantes, sin saber muy bien a quién nos dirigimos, un tanto escaldados porque lo que creíamos que era nuestro público natural, la ciencia ficción, no había sentido apenas curiosidad por nuestra obra.
Y empezamos hablando de tortugas. Nada, no levantamos el vuelo. Luego hablamos de la anécdota del capitán del barco. Tampoco. Un poquito más interés despierta la flota de juncos chinos, lo que nos permite indicar la gran pancarta con la portada de Juanmi, donde el Dragón Bicéfalo surca el mar infinito de Oceanum.
Y nos quedamos sin mucho más que decir. Miro la hora con disimulo. Soy de los que prefieren esperar en el aeropuerto con tiempo de sobra, pero es ridículo salir ya pitando: no llevamos ni veinte minutos en escena. Y entonces Juanmi tiene la idea: Lee un párrafo, anda. Y aprovechando que hemos estado hablando del junco leo el momento en que los tres jóvenes aventureros se tropiezan con el barco gigantesco.
Leo despacio, con inflexiones, tratando de ganar tiempo, sabiendo que otras lecturas que hemos oído aquí mismo en actos anteriores no se entienden con la megafonía, y temiendo que por partida doble, mi acento gaditano y mi acento español, lastren el efecto de lo leído. Y entonces termino de leer, alzo la cabeza y veo que el público está asombrado, en el bolsillo, y aplauden. Aplauden mucho.
Desde ese momento hasta el final de la presentación ya todo va sobre ruedas. Los chavales preguntan. Nosotros contestamos. Recuperamos el buen humor y los comentarios jocosos y me despido recordando que nos vamos dentro de una hora y con un "gracias, México" que nos gana un nuevo aplauso.
Entonces llega la hora de la firma de ejemplares y es un momento de júbilo y gozo, porque jamás hemos firmado tantos libros de una sentada. Son lectores jóvenes que vienen a veces acompañados de sus padres o sus profesores, alguno me pregunta qué otros libros leer, qué puede encontrar en los libros, otros quieren saber de dónde soy, porque les gusta mi acento andaluz, distinto a la dureza que ellos captan en el habla de otros españoles.
Abrazos de despedida, luego. Los Taibo al completo nos despiden en el hotel, cantando "Adiós con el corazón". Nos lleva un taxi de la organización al aeropuerto. Con mucho tiempo de antelación, sí, pero sabiendo que es sábado y cómo son los atascos de tráfico, toda precaución parece poca.
Y entonces, como una coda poética, como una despedida, el dios de la lluvia llora sobre México y una tromba de agua nos acompaña hasta que el avión despega ya en la oscuridad, remontando ese enorme árbol de navidad de luces multicolores que es la ciudad desparramada hasta el infinito.
Diez horas de vuelo (ganamos dos al viaje de ida) y ya estamos de nuevo en España. Pasamos por la aduana en dos minutos, sin que nadie nos diga ni pío. Nos despedimos Juanmi y yo, hasta la próxima, hermano. Corro hasta Atocha, donde la ventaja ganada me permite cambiar el billete de tren y llegar a casa, a Cádiz, tres horas antes de lo previsto.
Y, como en los cuentos, los criados de librea se convierten de nuevo en ratoncillos, los zapatos de cristal en botas con agujeros y la gran carroza de oro y plata en una calabaza hueca. Fin de la experiencia, adiós al sueño. Hasta la próxima o hasta siempre, amigos de México.
Comentarios (7)
Categorías: Las aventuras del joven RM