La sorpresa de la temporada televisiva que ahora acaba ha sido esta serie de BBC América, Orphan Black, una auténtica revelación por lo original de su propuesta y, sobre todo, por la sinceridad de su puesta en escena.
Diez capítulos conforman la primera temporada que terminó anoche, en un cliffhanger que hará que nos comamos más las uñas que a la espera de ver quién es John Hurt en la serie que, hasta hace dos semanas, se emitía un par de horas antes. Habrá que esperar a la primavera de 2014, tan lejana, para continuar disfrutando de las peripecias y las intrigas de esta serie que mezcla con acierto el thriller, la ciencia ficción y, en ocasiones, el humor.
Por encima de los misterios y las teorías conspiranoicas tan de moda, la serie supera a otros títulos de la temporada no solo en lo novedoso de su presentación (aquí no hay psicópatas asesinos... bueno, sí, pero no gira en torno a ese tema como ahora vemos hasta en la sopa), sino en la capacidad interpretativa de su protagonista principal, Tatiana Maslany, capaz de echarse a las espaldas una serie coral y sacar un sobresaliente cum laude en cada una de las escenas.
Porque, verán ustedes, Orphan Black va de clones. Algo que se revela con todas las letras allá por el segundo capítulo, y la gracia de la serie está en cómo esos clones (cuatro de momento, muchos más originalmente, quizá alguno más en lo que siga) son interpretados todos por la bella Tatiana... que es capaz de mostrar las diferencias individuales, las voces, los tics, las toses, los acentos, los manierismos de cada una de las cuatro personalidades que encarna con ayuda de un prodigioso juego de cámaras. Cuando, por azares de la trama, alguna que otra vez una de las clones debe sustituir a la otra, Tatiana es capaz de hacernos ver en todo momento que se trata de una de ellas actuando como cree que debiera ser la otra. Un recital interpretativo, ya les digo, que roza la tensión nerviosa en el episodio octavo, donde además la gran comedia, en mitad del terrible drama tensional que viven los personajes, nos presenta uno de los más brillantes capítulos de la tele reciente.
De la timadora callejera Sarah Manning a la empollona Cosima, pasando por la poli suicida Beth y el ama de casa neurótica y vigoréxica Alison o la enloquecida y mesiánica Helena, Tatiana nos crea un mundo de personajes afectados todos por el misterio y la tensión de saber que no son únicos, aunque sean iguales. Arropada además por un elenco de secundarios que pueden estar de un lado o pueden estar de otro, y aunque parezca inevitable que en el futuro quienes creemos buenos sean malos y viceversa, la serie se toma a sí misma en serio, no es tramposa per se, sino por necesidades de la trama, y la tensión acumulada de un capítulo a otro sabe salir airosa, complicando la trama con sabiduría narrativa y sentido del tempo tan digno como pudiera haber sido, hace años, aquel Jekyll de Moffat.
En el recital interpretativo, en la muestra de personajes, puede el espectador elegir cuál de las clones es más sexy, más interesante, más odiosa o más divertida. Alison se come la pantalla cada vez que interviene, y Cosima arranca más de un suspiro por su indudable atractivo. Maravillas de la actuación, naturalmente, que se potencia cuando hay un guión inteligente detrás y ganas de experimentar con éxito entre los muchos vericuetos de la historia.
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