El History Channel (el Canal Historia, para entendernos) es esa cadena dedicada a divulgar los aspectos más llamativos del tema, a menudo con abundantes pausas de publicidad, con escenas repetidas ad nauseam, con teatralizaciones hechas sin un duro y, de un tiempo a esta parte, dando sitio a lo magufo con historias de alienígenas o a lo garrulo con aventuras de tasadores pasados de calorías o de cazadores de caimanes del bayou.
La sorpresa de la temporada televisiva, sin embargo, la ofrece esta cadena cuando, por fin, se pasa directamente a la ficción entregando una serie de corte histórico no documentalista. En plena eclosión de la fantasía heroica y la fantasía histórica, Vikings se convierte en un híbrido entre ambas, sin los excesos de moda, pero con el aliciente de ser un producto de calidad, donde el diseño de producción no desmerece de lo que podamos ver en otras series, o incluso en la gran pantalla.
Nueve episodios dura la primera temporada, y el éxito de la propuesta parece que ha sorprendido a todos, por lo que ya se prepara una nueva entrega. Casando muy bien el tono pedagógico con la ficción, Vikings narra la historia de Ragnar Lothbrok y de su hermano Rollo, dos chicarrones del norte empeñados, al menos el primero, en navegar hacia el oeste para saquear cuanto se ponga a tiro. Y, por ser unos chicarrones del norte algo modernos, se encuentran con la oposición del earl de turno, reaccionario y autoritario como se supone que debe ser un mandamás, máxime en una época tan salvaje como la que se presenta.
Los capítulos avanzan, las tramas son sencillas pero tienen su aquel, se narra con la violencia justa y con el sexo justo (o sea, poco de ambas cosas, acostumbrados como estamos a los excesos pirotécnicos de Spartacus) momentos históricos como el saqueo a Lindisfarne y su monasterio, y con todo lujo de detalles vemos las extrañas costumbres de ese pueblo ya mítico: su religión, sus entierros, sus políticas internas, sus malos modales y su ambición. Los paisajes son espectaculares, la puesta en escena hermosísima, y los personajes, pese a estar tan alejados de nosotros y estar motivados apenas por la ambición y por el ansia de paternidad, son atractivos y comprensibles. La figura del sacerdote esclavo, curiosamente, no sirve para hacer apología del cristianismo, sino todo lo contrario.
A un más que impresionante Gabriel Byrne como el earl Haraldson se une la pareja protagonista, Travis Fimmel y Clive Standen, que interpretan a los dos hermanos siempre al borde de la ruptura. Fimmel, que ya hizo de Tarzán en su día, se convierte ahora en un irónico y salvaje Ragnar que da más miedo que Conan en un día de cabreo.
Ahora que otras series de más renombre caen en el pesado bucle de perderse en el bosque, encontrar a otros personajes, seguir perdiéndose en otros bosques y encontrar a más personajes, Vikings ofrece una trama no demasiado complicada, con los subplots justos y, sobre todo, con una estructura narrativa envidiable. El sleeper de la temporada, The Americans aparte.
Solo la alucinación de Odín en los primeros minutos del primer episodio vale más que muchas horas de otras aventuras supuestamente medievales.
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