Nadie daba un euro por ella. Yo mismo salí escopetado tras ver el primer episodio. La propuesta estética (mucha sangre, mucho sexo, mucha violencia y mucha parla) parece que todavía espanta a quienes siguen pensando que de la historia del gladiador tracio solo les vale la película de Stanley Kubrick, pero Spartacus, contra viento y marea, haciendo de tripas corazón, remontando la desaparición temprana de su intérprete, las condiciones presupuestarias que nunca han sido muy allá, tirando de serendipia y de honestidad ha acabado por convertirse en la serie más valiente, más interesante, más indescriptible y más sorpresiva de la televisión de los últimos años.
Un peplum a estas alturas. Desmadrado, con un habla imposible (ay de quien ose verla doblada) y unos personajes que son una delicia, tanto los buenos como los innumerables malvados que han ido asomando y palmando en las tres temporadas (y en la precuela) hasta desembocar en esta guerra de los condenados que terminó anoche.
Y terminó a lo grande, entregando lo que es quizás el mejor episodio de las cuatro temporadas (y eso que el inmediatamente anterior también tuvo lo suyo), rompiendo de manera descarada la contención del ludus que había sido su santo y seña durante la mitad de la historia y aprovechando las pantallas verdes para airear la trama y presentar unas batallas entre esclavos rebeldes y legiones romanas que no tienen nada que envidiar al cine de mucho mayor presupuesto y actores y directores de más renombre.
La temporada estaba condenada al final que ha tenido: así lo marca la historia y así la han ido contando, siendo fieles en lo posible a lo que se sabe de lo sucedido y añadiendo por el camino referentes cinematográficos (el inevitable "Yo soy Espartaco" sigue provocando escalofríos) y hasta shakespearianos (Shakespeare en esta serie es un guía ineludible), jugando con la frontera difusa que separa el bien y el mal, lo honesto de lo malvado: hemos visto a romanos muy malos pero cuando las tornas cambian hemos visto también la relajación de la moralidad en los esclavos (y no me refiero, claro, a las escenas de cama, abundantes y de agradecer).
El plantel de secundarios, desde Crixus a Saxa, pasando por ese improbable y cínico Julio César o el amoral y desclasado Gannicus, acaba por centrarse en los dos contendientes principales: Spartacus y Crassus, un romano noble pero cruel, ambicioso pero justo a su medida, la antítesis perfecta del esclavo rebelde porque en el fondo es su reflejo casi exacto.
La quiniela de quiénes vivirán y quiénes morirán, o cómo morirán, se mantiene hasta el final, hasta los últimos minutos, llenando de épica la última batalla. Y atentos a los títulos de crédito finales. Queda Spartacus como una serie redonda, perfecta, contenida en sí misma, donde los autores han contando lo que querían contar sin marear perdices ni alargar tramas, metiendo y sacando a los personajes cuando la narración los necesitaba: en ningún momento hemos visto que nada fuera seguro, y el gran goce de la visión de estos capítulos es comprobar la inteligencia de los guiones, cómo todavía puede contarse una historia sabida y hacerlo de sorpresa en sorpresa.
Comentarios (48)
Categorías: TV Y DVD