Desde los lejanos tiempos de La Ilíada o La Odisea, la misión del narrador ha sido la de embellecer y corregir la historia, ensalzando sus puntos oscuros y escamoteando otros, estilizando su estructura, jugando a entretener a su público y, en ocasiones, a potenciar un sentimiento de cohesión nacional: Nosotros y los nuestros.
Hollywood aprendió a hacerlo muy pronto y lo sigue haciendo, tanto para ensalzar su presente como su pasado, y en ocasiones también para criticar ambas cosas. Un poco de cada nos muestra aquí Ben Affleck con su nueva película, Argo, una de espías buenos y terroristas islámicos malos con un trasfondo real y deliciosamente friki, que anuncia desde su primera imagen aquello tan tramposo de "Basado en hechos reales" que los espectadores aceptamos a pies juntillas, creyendo que lo que muestran las imágenes es la realidad de pe a pa y no la visión reformada y deformada de un director y unos guionistas.
Da lo mismo: la película es apasionante, un puro ejercicio de estilo y de nostalgia por una forma de hacer cine. Y es patriótica, sí, pero también deja un par de escenas de crítica para el recuerdo. Se nota la influencia de Todos los hombres del presidente, se nota la influencia de Munich, se nota la influencia de Aaron Sorkin. Porque Affleck, ese muchacho que todo el mundo se empeña en denostar como actor (posiblemente porque no les gusta la película de Daredevil) se sabe la lección y demuestra ser uno de los más listos de la clase: tiene presencia (y con presencia ya basta en muchos casos para aparecer en pantalla), pero sabe contar una historia y meterse al espectador en el bolsillo con apenas dos minutos de proyección. Como buen tahúr, esconde de tal manera sus cartas que cuando nos damos cuenta de que en el fondo estamos viendo una película más de ficción y que la realidad no pudo ser como la cuenta (el despegue final del avión es tramposo a más no poder, pero enormemente divertido) ya no nos importa.
Como actor, Affleck cumple con su cometido. Se le ha criticado que sea también protagonista, aunque parece que el papel fue escrito para Brad Pitt. Y se le ha criticado también que en ningún momento se reconozca que su personaje, Tony Mendez, es hispano. Da lo mismo y hay que comprender cómo funciona Hollywood, y el reflejo de ese Hollywood de letras rotas en las colinas de Los Angeles es oropel y a la vez es miseria, fiestas de lujo y derroche y mucha mentira. El guionista y el director son generosos y entregan las mejores líneas y los momentos de más diversión a dos pesos pesados de la escena como son John Goodman y Alan Arkin, los dos viejos descreídos y patriotas que montan el tinglado falso de una película que nunca iba a ser (a partir, y no se dice, ay, de El señor de la luz de Roger Zelazny con diseños de Jack Kirby) para liberar a cinco rehenes de una ciudad que se ha vuelto loca.
La película transmite muy bien el miedo al caos, la ciudad sin ley que es el Teherán dominado por la revolución islámica. El diseño de producción refleja ese mundo que ya nos parece casi prehistórico donde no había móviles ni ordenadores y los peinados, los pantalones de pata de elefante, los coches y las gafas gigantescas eran norma. Intentando en ocasiones parecer un docudrama (¿hasta qué punto se mezclan, o no, escenas reales y ficticias en el asalto original a la embajada?), incluso el logo inicial se retrotrae a 1980 y la fotografía y el granulado de la imagen nos recuerdan a aquel cine que existió antes de que el vídeo matara a la estrella de radio.
El tono patriótico inevitable, el dedo acusador hacia el fanatismo se suaviza un mucho con un par de escenas centradas en la sirvienta del embajador canadiense, y es en ella en quien se reivindica que el pueblo iraní no es monolítico, y es con ella con quien vemos que su destino final (escapar a Irak, nada menos) dista mucho de ser agradable.
Como es habitual en este tipo de películas, romper la cuarta pared al final es obligatorio, y sorprende una vez más el enorme parecido de los actores con los personajes de la vida real. Toni Méndez aparte, claro.
Y aunque no se mencione a Jack Kirby y los dibujos que aparecen no son los del Rey, la película está sazonada de guiños a la ciencia ficción que harán las delicias de los entendidos.
Puede que sí, que Ben Affleck no sea un buen actor, puede que no fuera un buen Daredevil. Pero tiene madera de embaucador y de farsante y se revela como uno de los mejores directores que asoman la patita para hacer grandes cosas de aquí a nada.
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