Me llegó ayer mismo y me faltó tiempo para leerlo de cabo a rabo. Manuel Caldas continúa en lo suyo, y lo suyo, lo sabemos, es lo mejor. Nos entrega ahora un texto riguroso y apasionado de Eduardo Martínez-Pinna y lo sazona con reproducciones a tamaño original de las viñetas del gran Harold Foster.
Compra obligatoria, diversión asegurada. No sé qué esperan los salones del cómic de este país para reconocer el trabajo como editor de Manuel Caldas: menos niños disfrazados dando saltitos y más seriedad, hombre.
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