Carlos Giménez, no sé si concurren ustedes, no es solo el mejor autor de historietas que ha dado este país, sino uno de los tres o cuatro mejores autores que ha dado la historieta en el mundo y en su historia. Hay mejores dibujantes, hay mejores guionistas, pero no hay mejores narradores, ni hay gente que le haga sombra en su ojo especial para desarrollar la historieta y exprimir sus posibilidades a tope.
Giménez ha hecho crónica de su propia vida, como testigo del paso de los tiempos, y en series punteras como Paracuellos, Barrio o Los Profesionales hemos visto el rito de transición de su alter ego de nombre cambiante y, con él, el de la sociedad a la que perteneció y que sigue siendo, en el fondo, la sociedad de la que venimos todos y a la que a lo peor volvemos algún día. Si una característica más define a Carlos Giménez es su férrea fidelidad a sí mismo.
Tras la impresionante 36-39, Malos tiempos, donde volvió atrás en la historia para contarnos la guerra civil española desde el punto de vista de una familia del Madrid asediado, Giménez vuelve ahora su mirada hacia Pepe González, el fallecido dibujante de Vampirella, que fue su amigo personal y un referente en la historieta española y mundial y, también, un hombre lleno de extrañas luces y sombras.
Giménez vuelve, en parte, al universo de Los profesionales (donde Pepe González era "Jordi"), pero se notan algunas sutiles diferencias, no solo en la cuadrícula de la página (ahora hay menos viñetas y se lee más claro), sino en el abandono consciente del tono jocoso de aquel otro título que tuvo su contrapunto en "Rambla arriba, rambla abajo", donde la inconsciencia y las bromas de los dibujantes en ciernes acababan en un brusco contraste con la realidad de una dictadura en la que estaban (estábamos) encerrados todos.
En Pepe, sí, hay humor, evidente en tanto hasta ahora es un anecdotario de situaciones más o menos absurdas (y por tanto reales) sucedidas al protagonista y los demás personajes que lo rodean. Pero, o mucho me equivoco, la obra (que estará compuesta por cinco álbumes de más páginas de lo ordinario) acabará tirando hacia otras situaciones para completar el retrato del amigo y su inevitable descenso a los infiernos. Carlos Giménez llegó a comentarme que, cuando investigaba los rincones no conocidos de la vida de Pepe González, llegaba a sentir miedo.
El deseo de retratar a Pepe tal como fue, o tal como lo ven quienes lo trataron, es responsable de una de las características más curiosas del libro, ya que al regresar al universo de Los Profesionales Giménez ha decidido volver a cambiar los nombres a los secundarios... aunque altera muy poco el físico de sus protagonistas. Es una decisión que choca al principio (nos habíamos acostumbrado a conocer a Toutain como "Filstrup" y ahora es "Truffaut") pero que tiene lógica en lo que se pretende contar. Hay también una evolución en el físico de los personajes, en tanto toda la primera parte nos cuenta la creación de Selecciones Ilustradas y es divertido ver a Truffaut con el físico juvenil que no habíamos visto cuando era Filstrup. Y, algo que no se había dado en los primeros relatos de Los Profesionales, se recuerda al elemento femenino dentro de la agencia.
Giménez no juzga a Pepe González: lo retrata con cariño, sabiendo que nadie puede meterse en la psicología de otra persona. Pero el retrato es, de momento, hermoso y coherente, con la envidiable capacidad de siempre para mostrar diálogos naturales. Queda el propio Carlos en segundo plano, desplazando en el alter ego de Jose María Beá la relación con Pepe, pero la página sin texto en que vemos la llegada de Carlines con la maleta de cartón es un prodigio de narración.
Giménez está, una vez más, poniendo en orden sus recuerdos, que son los recuerdos de mucha gente. Tiene un personaje más grande que la vida de quien solo se presenta, de momento, la juventud y la luz: queda todavía por llegar el éxito internacional de Vampirella, los dineros pulidos en tonterías, las traiciones románticas, las noches de canción y oscuridad en los antros de Barcelona, el abandono, la decadencia física, los dibujos cambiados por el menú del día en cualquier bareto de la zona y la muerte en soledad de Pepe González. Solo cabe esperar que la edición del resto de la obra sea rápida.
Carlos Giménez ha vuelto a dar en la diana, contando esas historias que siguen haciéndonos falta.
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