Me lo comentaba Jose Mari, que era mi vecino dos pisos más abajo pero no fue mi amigo hasta que fuimos juntos al colegio y nuestros apellidos nos sentaron en la misma banca el año de mi ingreso: "El mejor de todos es Spiderman. No veas las cosas que le pasan. Y las tías están locas por él".
Ese fue mi primer contacto con Spiderman, que se me antojaba el más raro de todos los personajes aquellos tan raros que nos afectaron como un sarampión allá por 1973, la prehistoria. Mi primer tebeo Marvel fue un Hombre de Hierro, del que no entendí ni papa, y luego tardé en entrarle a Spiderman. Recuerdo que tenía la extraña sospecha de que Peter Parker era japonés, por uno de los dibujos (que remedaba, lo sé ahora, la portada del comic-book número 50) que aparecía en la contraportada de aquellas novelitas que costaban cinco duros. O costaban tres, si las comprabas en los baratillos, prácticamente intactas menos con un manchetón de tinta roja o verde en el lomo.
Mi primer tebeo de Spiderman debió ser (tiro de memoria y sin comprobar) el número 14. O sea (no hace falta que tire de memoria en esto), el número donde se marchaba el dibujante malo y llegaba el dibujante bueno. Un número donde se incluía (luego sabríamos que eran tres comic-books en vez de dos) el momento en que El Duendecillo Verde desenmascaraba a Peter Parker y se lo llevaba volando a su guarida. De pronto, porque como buen supervillano Norman Osborn no podía dejar de soltar una perorata donde explicaba no su plan maestro, sino la historia de todos los encuentros anteriores entre los dos personajes (ventajas de tener un guionista inteligente a bordo), gracias a aquel tebeo pude comprender rápidamente de qué iban las historias de Spiderman.
Luego compré, quizás unos días o unas semanas más tarde (o quizá fuera antes, la memoria baila com no bailan mis pies), el número 18, la aparición de El siniestro Conmocionador, un domingo de boda. Y en las fotos de la boda aparece mi hermano con el tebeo en la mano. Con ese tebeo comprobé que era verdad lo que decía Jose Mari: había tías guapas en los tebeos de Spiderman (eran los números donde Gwen y Mary Jane se desmelenan bailando antes de que Flash se vaya a la guerra), aunque me da a mí que Jose Mari no entendía demasiado bien, o no quería entenderlo, que al pobre de Peter, por aquel entonces (Betty Brant aparte) todos le daban calabazas.
Entonces los tebeos se encontraban en todas partes, y por todas partes quiero decir los lugares mas insospechados: una barbería, un taller de zapatero, un puesto de chucherías, un baratillo de la plaza (que fueron nuestras librerías especializadas de la época), o en la casa de algún compañero de clase que jamás se había acercado antes a un tebeo y que, oh, casualidad, sí que coleccionaba y guardaba como oro en paño la colección del Capitán América, de Dan el Defensor, Los Vengadores o Spiderman. En mi primera pandilla adolescente cada uno de nosotros coleccionaba un solo título. O al menos eso hacían los que no leían tebeos antes ni leyeron tebeos luego.
Con aquellos tebeos que se podían conseguir en cualquier sitio, donde la continuidad no importaba porque era joven y, si acaso, la llenábamos con imaginación, pudimos ir recorriendo a salto de mata las historias de los tebeos Marvel, las historias de Spider-Man: los números que aparecían cada mes (o cada cuando fuera) y los de baratillo, los de saldo, los que cambiábamos por un duro o los que robábamos. Así me hice con casi todas las series. Así me hice amigo de Spider-Man.
Luego llegó el cambio de formato que nos permitió recuperar algún número inédito ("El duende y los gangsters", por ejemplo). Y el cambio de numeración que nos volvió locos cuando llegaron los colores carioca. Y la primera decepción cuando Bruguera se encargó de cargarse lo que hasta entonces había sido una progresión, en la vida de Peter Parker y en la nuestra, porque empezaron hacia adelante y hacia atrás y se comían páginas y el color era espantoso.
Luego llegó Forum, y casi al mismo tiempo la posibilidad de conseguir los tebeos americanos vía Mile High. Si Spider-Man cumple hoy cincuenta años casi puedo decir que he dedicado casi cuarenta de mi vida a leer sus aventuras, a estudiar sus andanzas, a comprender el secreto de su éxito, a escribir incluso un librito.
Estuve en su boda y él estuvo en mi boda. Me reflejó hasta que dejó de reflejarme, hasta que lo arrolló la industria, hasta que dejó de ser el héroe que fuimos todos nosotros y lo ultimatizaron o lo enviaron al año 2099 (nunca me gustó que diversificaran sus títulos, que explotaran en Marvel Team-Up la controlada incoherencia de su historia).
Con Spiderman viví enfermedades y amoríos, suspensos y ridículos, bodas y funerales, amigos perdidos y enemigos recuperados. Me reí y lloré. Conocí el Nueva York que no conozco y soporté idas de olla como la saga del clon. No llegué al mefistazo porque me bajé antes.
Hoy es más popular que nunca, pero ya no es mío. Ya no es nuestro. Ya es un icono que pertenece a otros públicos que no han andado el mismo camino, ni podrán hacerlo, ni les interesa. Hoy es un producto, una marca, una franquicia, una serie de dibujos animados, una telaraña en una toalla de playa, unas películas.
Peter Parker, un amigo que fue, un amigo que sigue estando en mi biblioteca, pero que ya no es yo. ¿Cómo puede serlo? ¡Tiene cincuenta años! Los espíritus adolescentes leemos ya otras cosas.
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