Terminó hace un par de días la séptima temporada de Supernatural (Sobrenatural para nosotros, esta traducción es fácil). Y lo hace, me temo, con más pena que gloria, como si en algún momento de estos 23 episodios hubieran saltado, sin darse cuenta, ese tiburón que es la muerte de las series de televisión de éxito: el episodio que marca que a partir de ahí todo se va a hacer puñetas y solo se gira sobre vacío una y otra vez, hasta la cancelación.
No ha sido, en conjunto, una mala temporada, pero no han sabido o no han podido deshacerse de los tics que condicionan y lastran la evolución de las tramas y la absurda lógica interna de la serie. Empezaron bien, eliminando por fin a Castiel y su dictadura celestial y trayendo a escena a un grupo de seres, los leviatanes, que al principio prometían mucho más de lo que han sido, una especie de skrulls caníbales con ciertas resonancias Lovecraftianas. Se volvió en gran medida a la estructura del monstruo de la semana, mezclando el suspense y el humor, pero no el terror: ya se ha olvidado, por desgracia, que las dos primeras temporadas eran inquietantes (y también que salían vecinitas muy monas).
Y entonces llegaron los descansos. Los exasperantes descansos. Los incomprensibles descansos. Llega Acción de Gracias, llega Navidad, llega el final de la liga de beisbol (o lo que sea), llega la pausa de primavera... y la serie (las series, normalmente, sobre todo esta, que se emite los viernes) se despiden hasta más ver, un lapso de tres, cuatro o hasta más semanas. Y el arco, cuando lo hay (o eso se pretende) se olvida, se licúa, se difumina. Lo hemos dicho muchas veces: son más listos los ingleses, que hacen series de seis episodios, a veces menos, y cuentan lo que quieren contar, para volver a partir de cero cuando quieren en otra nueva temporada. Lo hemos dicho muchas veces también: estas cosas las hacía muy bien Joss Whedon, que iniciaba un arco en cada temporada de Buffy o Angel... para rematarlo a media temporada y volver a dar un quiebro cuando ya apenas faltaban dos o tres episodios para terminarla.
Y eso es precisamente lo que ha fallado en esta temporada de Sobrenatural: el último tramo. Y no es extraño que ese último tramo coincida, por un lado, con la salida de Sera Gamble, la forerunner que había sustituido a su creador Erik Kripke, por un lado, y con el regreso, argh, de Castiel a bordo.
Es el problema de escribir para los fans: siempre quieren más, se oponen a que los personajes evolucionen o mueran, no comprenden que la coralidad que pretenden es un error. Dar tiempo y más tiempo de escena a Sulu, Uhura, Scotty y Chekov en Star Trek, por ejemplo, supuso una alarmante pérdida de res dramática en las últimas películas cinematográficas de la serie original, que siempre se había distinguido, y solo había necesitado, a Kirk, Spock y McCoy. Supernatural, que tiene una amplia base de fans femeninos, encuentra en un personaje de un solo tiro, como Castiel, el puntito emocional (y en ocasiones filogay) que busca en otras series de éxito o en otros libros de éxito. Y no comprenden que, vale, Castiel podría ser un buen personaje en un spinoff propio, pero su continuo deus ex machina va en detrimento del coprotagonismo de los hermanos Winchester. Si a esto sumamos que cada vez que aparece Castiel se le intenta dar una vuelta de tuerca (soy un ángel que busca a Dios, soy un ángel que se revuelve contra otros ángeles, soy un ángel que se convierte en Dios, soy un ángel que ahora está chalado y no recuerda nada por imperativo de guión) cuando el personaje ya lo tiene todo dicho, nos encontramos con que la serie no avanza o vuelve una y otra vez sobre sí misma: Been there, done that, que le dicen.
Y encima el otro gran personaje que facilita los deus ex machina a Sam y Dean (que antes lo resolvían todo ellos solitos, oigan, ¿lo recuerda alguien?), Bobby, la palma también, por fin... para volver como fantasma en el último tramo y aceptar, con muy poquito ímpetu narrativo, por cierto, con nada de emoción, que tiene que volverse a dondequiera que vayan los fantasmas o los muertos en este universo.
El continuará obligado del final de temporada parece una vez más forzado, una nueva vuelta de tuerca que no logra superar lo que los personajes ya han vivido, muerto y visto: cuando has muerto e ido al infierno, el purgatorio parece segunda división... posiblemente porque lo es, claro.
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