Nunca nos habrán visto ustedes con la cara pintada de colores y con gorros con campanas y pancartas para que los Manolos nos enfoquen en Cuatro.
Nunca nos hemos partido la cara contra los seguidores del equipo de otra ciudad que esté, o no, a unos treinta o cuarenta kilómetros de distancia.
No nos sabemos las estadísticas del gol average, ni los tantos por ciento de la posesión del balón, ni las alineaciones que ganaron tal o cual copa hace veinte años. Ni idea de qué es eso de la segunda o la tercera equipación. Seguimos creyendo que los árbitros visten de negro. Y aunque en la mayoría somos hombres, no entendemos qué es eso del fuera de juego.
Pero nos llaman frikis.
Vale, algunos estamos gorditos. Vale, algunos visten camisetas negras (pero es que la talla doble equis ele no viene en otro color). Vale, en algunos casos la higiene (y la belleza) brilla por su ausencia. Y hay quien disfruta más disfrazándose que una pareja gay en el día del orgullo de la raza.
Pero no todos somos frikis.
Verán ustedes: el tebeo es un medio de comunicación, un medio artístico, literatura dibujada, cine sin movimiento. Una de las manifestaciones culturales del siglo veinte que ya veremos si sobrevive al veintiuno, y en qué forma, si lo hace. Quienes se pierden el lenguaje de los cómics, los personajes de los cómics, las historias de los cómics, son tan analfabetos funcionales como quien no se acerca en su vida a una película de John Ford o de Steven Spielberg, quienes no gozan de un poema de Joan Margarit o una canción de Luis Eduardo Aute.
Los lectores de tebeos no tenemos edad. O sí la tenemos, pero eso no es importante. La llamada de la jungla, ciertamente, nos divide en dos categorías: los lectores de a pie, la fiel infantería, los que leen cómics por el puro placer de leer cómics.
Y nosotros.
Nosotros somos los lectores que vemos más allá de lo que ven los demás lectores. Los que no nos contentamos con atesorar, oler, leer tebeos. Los que queremos saber más, los que, a falta de bibliografía y estudios que nos asesoren, hemos tenido que investigar y asesorar nosotros mismos.
No somos frikis. O, si acaso, hemos trascendido el frikismo para convertirnos en intelectuales del ocio.
El lector corriente, del universo Marvel en el caso que nos ocupa, se contenta con querer saber quién es más fuerte, la Masa o la Cosa. El híbrido intermedio, el archivero loco, encuentra la paz interior citando de corrido números y fechas y autores, sin hacer ninguna reflexión porque eso está más allá de su labor en el mundo.
El intelectual del ocio trasciende a su vez esos dos estadios. Ve cada tebeo como una estructura en sí misma, una estructura que a su vez forma parte de algo mayor, en este caso el universo narrativo donde se engloban los personajes. Sabe que la Masa es más fuerte, sabe en qué número y en qué año y qué dibujantes se encargaron de la llegada de Galactus o el robo de la tableta de arcilla. Pero eso no es lo importante.
Lo importante es el mensaje, la reflexión, el reflejo. Nuestros héroes no son solo Spiderman o Lobezno o el Capitán América. También lo son gente que para el mundo exterior tal vez no sea nadie: Stan Lee, Jack Kirby, Steve Ditko, John Buscema, Roy Thomas, Gerry Conway, Frank Miller, John Byrne y tantos y tantos otros. Artistas algunos, artesanos otros. Saber diferenciarlos y ponerlos a cada uno en su sitio, valorando su trabajo y su paso por el mundo que reflejan es una de las misiones del intelectual del ocio, eso que la gente se empeña en confundir con el frikismo.
Eso es lo que tienen ustedes en este libro que hoy se presenta, LA EXPLOSIÓN MARVEL, donde José Joaquín Rodríguez Moreno hace un repaso por cómo era el sistema de trabajo de los miembros de la “Casa de las Ideas”, el “bullpen” que hemos elevado a la categoría de mito, aunque hoy sabemos que como tal no existió nunca, ya que no fue un estudio (o un taller) como creíamos, sino una oficina más o menos triste donde se recibían las páginas y los plots de una serie de dibujantes y guionistas desperdigados por las calles de Nueva York y, en ocasiones, por otras partes de Estados Unidos.
Pero allí, en aquellas oficinas que entonces estaban en Madison Avenue, estaba el sueño de unos pocos mad men que hicieron soñar a adolescentes del mundo entero. Después de revolucionar el medio de la historieta de superhéroes en la década anterior, porque diez años son muchos años, Marvel dio señales de cansancio que solventó con recambios, como los entrenadores de fútbol retiran al delantero cansado por otro que bufa impaciente desde la grada.
En los setenta hubo sangre fresca, savia nueva. El universo superheroico supo sortear la marcha o el declive de sus padres fundadores, y hasta el ideario editorial fue capaz de buscar otras alternativas a los superhombres, explorando el terror, las artes marciales, las adaptaciones cinematográficas y la ciencia ficción. Al socaire de lo que se cocía en otros medios como la tele o el cine, pero yendo siempre un poquito más allá.
De todo esto habla este libro.
Comentarios (64)
Categorías: Historieta Comic Tebeo Novela grafica