Los imagina uno como al Tío Gilito, sin otra preocupación que lanzarse al pilón y contar monedas de oro, completamente ajenos al sufrimiento de los otros, a las estrecheces, las miserias, las vidas que su manía por el balance va aplastando. Solo les interesa la cifra, no los hombres: lo poquito justo que entienden de matemáticas (lo estamos sufriendo) y lo poco que les importa cualquiera de las manifestaciones de la cultura. Si no cuadra, se corta. El caballo de Atila tenía ideas más brillantes.
En tiempos de crisis el ocio juega un papel importante. Lo sabían los romanos, panem et circenses, que eran muchísimo más listos que todos estos tipos juntos. De la gran crisis del siglo pasado, la del 29, surgió la industria del entretenimiento más poderosa de la historia, los iconos culturales que definieron a generaciones enteras: de John Ford a John Steinbeck, de Al Jolson a Dick Tracy: Hermano, ¿me das diez centavos? Y por diez centavos las gentes sin trabajo podían olvidarse de sus penas y soñar, por el lapso de dos horas y en blanco y negro, con otras vidas y otros tiempos mejores.
Ahora ya no. La cuchilla (que no es la de Occam pero tiene sus mismos peligros) amenaza con cortar el grifo de todo y a casi todos, y lo que sobra, claro, no es ya simplemente la cultura, sino también el entretenimiento. En ese afán de recortar donde ya no queda más que ir recortando ahora le toca el turno a la televisión, esa caja tonta que tanta compañía hace a muchísima gente, la que nos vuelve carajotes, sí, pero también la que nos distrae. Y, como en los balances no se entiende ni de calidades ni de éxitos, allá que en la televisión estatal, que la pagamos todos como pagamos las televisiones autonómicas y me temo que también las municipales, se amaga con quitar de en medio programas que, insisto, lo mismo no son nada del otro jueves, pero que tienen éxito de audiencia. Algunos, indiscutibles, desde hace varios lustros. Y si caen los programas de éxito no quieran ustedes pensar qué televisión y qué cultura popular tendremos de aquí a cinco o seis añitos. No a todo el mundo le gusta el fútbol.
Publicado en La Voz de Cádiz el 5-03-2012
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