Cuando al final de la segunda temporada Robert Sheehan anunció que no volvería a una tercera, y por tanto nos perderíamos al personaje de Nathan, muchos se rasgaron las vestiduras, anunciando agoreros el final a la serie y echando unas culpas que en cualquier caso habría que haber achacado al actor, que demostró con ese paso (¿en falso?) participar de más de una de las características de su personaje.
Nadie es insustituible, y la serie no se ha resentido demasiado de su marcha. No es difícil comprender que el nuevo personaje que se incorpora, escindido en dos mitades, habría sido el propio Nathan con sus nuevos superpoderes, pero en cualquier caso Joseph Gilgun da a su personaje de Rudy los suficientes matices para alejarlo de su comparación. Al igual que Nathan, es tosco, mal hablado y soez, pero contrariamente a él no tiene su tono angelical, que suple con creces con un aire desvalido y de pura malapata que lo diferencian.
La serie, otros ocho episodios, se atreve por un lado a hacer cosas que antes no había hecho y por otro no se aleja demasiado del modelo. La idea de cambiar los superpoderes pudo haber abierto un montón de posibilidades narrativas... pero en realidad lo que ha sucedido es que los superpoderes se han olvidado. Prácticamente en ningún momento se han hecho uso de ellos para resolver ninguna trama (o para enredarla, quitando el caso de Curtis), y al menos los poderes de Kelly (ser una científica de cohetes), de Alisha (ver a través de los ojos de otros) y Simon (tener flashes del futuro) parecen muy poquita cosa y no han sido explotados lo suficiente.
Sin embargo, los capítulos han seguido teniendo esa mezcla de irreverencia y despendole que son habituales. La serie, no sé si ustedes lo notan como yo lo noto, está hecha con dos duros y en apenas dos escenarios, y quizá por eso se antoja que la vuelta a los servicios de trabajos forzados parece un poco impostada. Esta falta de presupuesto se nota especialmente en el capítulo de los nazis, donde parece que ni siquiera había dinero para afeitar a los supuestos oficiales del nuevo Reich.
Ha habido momentos superiores: la exploración de su segundo sexo por parte de Curtis (y sus consecuencias), el horror de Rudy hacia las cheerleaders (y el origen de su psicosis), la idea del comprador-vendedor de poderes y, en especial, el último capítulo que no solo saca las castañas del fuego al supuesto error narrativo del viaje en el tiempo del capítulo cuarto, sino que redondea las tres temporadas con ternura y melancolía.
La cuarta temporada será muy distinta y tendrá un triple handicap que saltar. Y ya veremos qué son capaces de hacer los americanos con la versión que preparan...
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