Estuve viendo el otro día en clase, una vez más, el primer episodio de Doctor Who 2005, o sea, "Rose", el inicio de la era Davies con Eccleston. Un episodio, como casi toda la primera temporada, que es de tanteo, a la espera de que entre todos le cojan el tranquillo al revival y sean capaces de llevar las situaciones al límite absoluto en todos los campos que se le antojan.
Visto ahora una vez más, cuando ya hemos conocido qué derroteros ha tomado la serie en seis años de historia rediviva, cuando ni Eccleston ni Davies están ya al frente, cuando el público tiene en mente a otro(s) Doctor(es) posteriores, resulta asombroso ver cuánta sabiduría encierran esos pocos minutos de televisión, hechos con tan poco presupuesto.
Porque, analizando el episodio, nos encontramos con una auténtica lección de narrativa. Recordemos: Doctor Who, un programa infantil, había desaparecido de antena hacía un buen puñado de años. Un intento de resurgimiento con capital americano había fracasado, condenando al Octavo Doctor a ser el héroe de un solo capítulo. En ese tiempo, una o dos generaciones de televidentes solo conocían al personaje por los videos o DVDs, o por lo que pudieran conocer gracias a sus padres.
"Rose" tiene por delante la difícil tarea de resucitar al Doctor para una generación que no lo conoce o lo conoce de forma insuficiente. Y hacerlo además con un formato que es nuevo: hasta sus últimos días en antena, las series habían sido episodios semanales de veinte o treinta minutos con continuará. Nunca, hasta ese episodio, se adoptaría la fórmula del episodio autoconclusivo cercano a la hora.
Con "Rose", Davies se enfrenta a un género en el que no había probado suerte todavía. Tiene que recuperar una mítica y presentar a un personaje como si fuera nuevo. Y lo hace a la perfección cuando centra la historia (y buena parte de las dos temporadas) en el personaje de Rose y su enfrentamiento con un universo que es mucho más grande y más misterioso de lo que su experiencia como dependienta de unos grandes almacenes le había hecho conocer hasta ahora.
A través de Rose, Davies nos presenta al excéntrico Doctor, los autómatas, los seres de goma, y el misterio de la personalidad de ese hombre extraño. Las dosis de misterio están presentadas y medidas con meticulosidad de relojero: de los momentos de miedo en los sótanos de la tienda de modas al ridículo del brazo del maniquí que estrangula. El uso del ordenador (elemento contemporáneo) pone a Rose en contacto con un freak que sigue la pista del Doctor, y es a través de él como se va redondeando la presentación del personaje, de manera contradictoria, a base de fragmentos, y con elementos discordantes que no hacen sino aumentar su misterio.
Entra en juego la Tardis, con su aspecto de cabina vieja y su interior infinito. Y cuando el Doctor habla de su poder, de que siente que la Tierra gira a toda velocidad en el espacio, se recurre a esa poética de lo hablado que resulta todavía más interesante y sugerente que lo visto.
En apenas cuarenta y cinco minutos Davies presenta al Doctor a los espectadores nuevos. Pero va más allá: este Doctor ha pasado por un trauma terrible, es el superviviente de la Guerra del Tiempo, es el último de su raza, no ha podido o no ha querido salvar a otras tantas razas del universo. Y es débil. Y necesita la ayuda de una muchachita algo cutre que solo tiene en su favor una medalla de bronce en un campeonato de gimnasia.
Hay un par de momentos que nos avanzan, ya entonces, mucho de lo que cinco años más tarde va a ser el marchamo del sucesor de Davies al frente de la serie, Steven Moffat. Porque este Doctor número 9, con su chupa de cuero y su jersey de marinero y su sonrisa de loco beatífico (venía de hacer de Jesucristo reencarnado en otra miniserie, también con Davies) parece recién salido de su regeneración: se ve por primera vez en un espejo y hace un comentario mordaz sobre el tamaño de sus orejas, es reducido con facilidad por los maniquíes, no le funciona bien el destornillador sónico.
... y sin embargo el friki que colecciona datos sobre él tiene fotos donde lo vemos asistiendo al asesinato de Kennedy, en la erupción del Krakatoa, antes de que zarpe el Titanic. Lo que quiere decir que esos momentos que para él y para Rose son pasado para el Doctor todavía son futuro.
La dosificación de los elementos que conforman la mitología tienen su momento culminante en la revelación final, cuando el Doctor vuelve con la Tardis y le dice a Rose: "¿Te he dicho que también viaja en el tiempo?".
Y a partir de ese momento, ya solo se puede hacer historia.
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