Hará treinta años a alguien le dio por decirle, al propio Spielberg, que Indiana Jones era clavadito a Tintín, deducción que, rayos y centellas, por mil millones de mofetas, no se de dónde sale. Spielberg reconoció entonces que no, que no tenía ni idea de quién era el tal Tintín (en todo caso quien lo conocía era George Lucas, como quedó luego muy claro en Las aventuras del joven Indiana Jones), pero se puso manos a la obra, le echó un vistazo a los álbumes, le compró a Hergé los derechos cinematográficos... y treinta años más tarde ahí tienen ustedes esta película, hecha en comandita con Peter Jackson y sus estudios de animación por captura de imagen.
La película demuestra, me parece, que el universo Hergé y el universo Spielberg están en las antípodas el uno del otro. Tintín, aparte de ser quizá en España (o en cierta parte de España) el primer elemento cultural diferenciador, es un tebeo añejo que mira hacia un momento de la cultura ya pasado: los años cuarenta o los años cincuenta tal como se veían en los seriales o las novelas pulp, un homenaje rendido a lo british aunque sus personajes fueran más belgas que el chocolate. Su tempo narrativo, la frialdad de sus planos, la mezcla entre aventura pausada y humor chusco son fruto de una época, y una época brillante, pero hoy queda muy poco de todo aquello, quizá porque Tintín fue fruto de su tiempo o porque los herederos de Hergé se han empeñado (de momento) en cumplir a pies juntillas el deseo del maestro de que su personaje muriera con él.
Y eso en el fondo es lo que hace esta película de Spielberg, intenta resucitar a un muerto. Nos vende una aventura para iniciados, no para el público normal (el propio Spielberg, anticipándose al batacazo, aclara que esta película la ha hecho para él, no para el público), y corre en todo momento el riesgo de defraudar a los iniciados (eso que se ha dado en llamar "tintinólogos") porque ya saben ustedes que el integrismo es como es y no te puedes salir un milímetro de lo establecido.
La película tiene unos diez o quince minutos sobresalientes, de quitarse el sombrero; desde los títulos de crédito a la presentación en primer plano del propio Hergé como dibujante callejero al retraso (como si de Indy se tratara) en mostrar el rostro del propio Tintín, a las alusiones visuales del mercadillo (los marcos de los cuadros que componen las guardas de los álbumes) o, en el apartamento, el cuidado repaso por las primeras planas de los periódicos y su alusión a las aventuras pasadas del personaje. Spielberg descubre aquí lo que quizá nunca hemos querido ver, que Hitchcock está entre las influencias de Hergé (¿por eso se parece a Nestor?) y mientras la película (demasiado oscura para adaptar a un tebeo de la "línea clara") juega con ese referente, la narración es lenta pero absorbente.
Luego, por desgracia, la misma morosidad de la exposición lastra en buena parte lo conseguido: hay una falta de contención absoluta, tanto en los vericuetos del guión como en la plasmación gráfica. Al igual que pasara con King Kong, parece que se nos insiste una y otra vez: sabemos hacer todo esto... y lo hacemos, consiguiendo una apabullante hecatombe de detalles en todo momento: el interior de los camarotes, las ciudades árabes, el galeón, el muelle. Puro exceso.
Todo esto se traduce en una alarmante falta de ritmo: las escenas pausadas donde se adapta más o menos fielmente "El cangrejo de las pinzas de oro" y "El secreto del unicornio" (imagino que "El secreto de Rackham el Rojo" y la presentación de Tornasol quedarán para una segunda película) se contraponen, demasiado, con los momentos de acción desenfrenada. La película avanza a trompicones, las dos maneras de abordar la aventura (el universo Hergé y el universo Spielberg, aunque habría que ver cuánto ha tenido que ver Spielberg en el producto final) no casan.
La plasmación gráfica de Tintín, por cierto, es sobresaliente. No tanto la de Haddock, cuyo físico caricaturesco desluce, por el tamaño de su cabeza, con el resto de personajes: un problema más de la adaptación, en tanto nunca se sabe cuándo tirar de hiperrealismo y cuándo hacer caricatura. Haddock, desde el momento de su aparición, se convierte en el centro de la película, dejando injustamente a un Tintín que llevaba muy bien el peso de la investigación en segundo plano, quizá como pasa en los tebeos también, pero este Haddock no tiene el mismo peso, la misma grandeza, el mismo exagerado histrionismo de su versión en papel. Se agradece que no se haya suavizado su alcoholismo hiperbólico (aunque sí, me parece, su vocabulario), y quiero creer que es cuestión de doblaje que no tenga el vozarrón que uno imagina. Tendrían que haber intentando remedar la voz de Lee Marvin, no la de Máximo Meridio.
La Castafiore, más delgadita supongo que para no irritar a ninguna diva (¿interpretada de nuevo por Andy Serkis?) más recuerda a Jorge Cadaval, el de los Morancos, y su do de pecho resulta, como buena parte de lo que sigue, excesivamente exagerado: el tanque, la persecución por el zoco, la pelea a espadas que son grúas, el tonto momento de auto-referencia inexistente en el sidecar.
La película permite unos elementos visuales, sobre todo en la transición entre escenas, que dejan boquiabierto, e incluso rodar en un solo plano la concatenación caótica de las escenas de acción.
Pero ofrece poco más. No sé cómo va a aceptar el público americano (allí no se ha estrenado todavía) este personaje que prácticamente desconoce y esta historia de aventuras que no encuentra el equilibrio suficiente para resultar atractiva. Spielberg, que siguiendo el juego hitchcokiano se retrata en el carterista (igual que me parece que Jackson está haciendo de los insoportables y pasados de moda Hernández y Fernández) puede haber dado un resbalón importante en su carrera, a pesar de lo interesante de algunos momentos, a pesar de la belleza de las alusiones visuales, a pesar de la música maravillosa de John Williams.
Comentarios (104)
Categorías: Cine