Los tebeos eran (¿son?) algo mucho más simple. No eran vehículos de ideologías extremas, no eran herramientas de lucimiento cool, no eran púlpitos desde los que adoctrinar a una inteligentsia en la adoración a ciertas cosas y el desprecio (ignorante, como todo buen desprecio) a ciertas otras.
Los tebeos eran (¿son?) historias comprimidas en pocas páginas, mejor o peor escritas, mejor o peor dibujadas. Se contaban entonces con los dedos de una mano los autores que conocía el público. Se contaban con las uñas de uno de esos dedos los autores que tenían conciencia de ser eso mismo, "autores".
Eran diversión mensual. Eran trabajo mensual. Se escribían, se dibujaban, se rotulaban, se coloreaban, se imprimían y se vendían. Y mientras se vendían y se leían, normalmente se olvidaban, se rompían, se tiraban, se cambiaban, o nos los tiraban, nos los rompían, nos los ocultaban. Cuando el lector leía un tebeo, los (normalmente) anónimos autores ya estaban haciendo otro. U otros a la vez.
Eran parte de una industria. Eran los engranajes de una máquina. No eran dioses, sino hombres. No eran poetas, ni artistas, sino artesanos. Y no los conocíamos. Ni les importaba. Ni nos importaba.
Eran los trabajadores de un medio encantando, de un medio encantador. Nos encandilaban. Y no sabíamos cuánto ponían de sí mismos, quizás porque ellos mismos tampoco lo sabían; nunca fueron historias auto-biográficas, por más que nos empeñemos en verlo así ahora. Fueron el producto honrado de una industria menor, realizado por hombres y mujeres que quizá tenían otros sueños y otros ideales, y que de vez en cuando, o muy frecuentemente, soñaban con escribir libros de verdad, o dedicarse a la publicidad, o trabajar en la televisión.
Eran los dioses menores de un olimpo inexistente. Eran los entretenedores de los sueños infantiles. No les importaba que su producto fuera menor, no les interesaba si se despreciaba su trabajo o no. Vendían lo que podían, como podían, escribiendo o dibujando como sabían, alimentando a la prole y, tal vez, en algún momento, disfrutando de los oropeles de la fortuna y la gloria
Se conviertieron en maestros mucho más tarde. Los convertimos en dioses mucho después. Los adoramos y los vilipendiamos, los hicimos tomar partidos inexistentes, los que inventamos nosotros mismos.
Pero sólo hacían tebeos. Con todas las capacidades de las que fueron capaces. Sólo tebeos.
Y no había buenos ni malos más que en las páginas de color de puntitos.
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