Como forman parte de nuestra biografía, creemos que lo que leemos es su biografía, una biografía de la que además formamos parte, y a veces no nos damos cuenta de que el paso de las décadas y las modas lo hace imposible. No nos pertenecen, esos personajes, como no nos pertenecieron nunca, y si se deben a alguien no es a lectores de ayer (o de siempre) sino a los de ahora, ese fugaz momento que dentro de un segundo ya será pasado; lectores que ya quizá no lo sean dentro de unos pocos meses, de unos pocos años.
Anda el personal algo revuelto por la enésima recauchutación del Universo DC. O por la jugada tan pesadísimamente repetida de matar a personajes para conseguir un pequeño boom mediático (papel mojado de un día para otro es el papel de los periódicos), porque todos sabemos que estas cosas terminan con una vuelta a lo que fue. Donde digo Diego o como se llame.
Lo que no queremos admitir, lo que no admitiremos nunca, es que gran parte de esos personajes que han sido familiares nuestros, compañeros de nuestros ratos de ocio, viven quizá una vida prestada, una vida que ha pasado con creces la lógica de la vida. Un libro o una película puede que sean más eternos, en tanto siempre están ahí, siempre se puede volver a ellos. Pero los personajes de los cómics (y en menor medida, aunque el fenómeno apunta ya, los de la tele) fueron y son respuesta a las circunstancias de un momento, y la extensión a lo largo de las décadas de sus peripecias sólo se explica porque dan dinero... y no precisamente, ay, en el campo de la historieta, sino en el del merchandising, el de los videojuegos, el del cine.
Leemos una y otra vez historias de personajes que tienen más de tres cuartos de siglo. En tres cuartos de siglo la vida da muchas vueltas, las sensibilidades varían, los gustos cambian. Lo que antes se creía a pies juntillas se ve ya como desfasado, como añejo. Y sin embargo exigimos leer historias de Superman, o de Batman, que nos emocionen y nos entretengan. O de Spiderman y La Patrulla X, para que nadie diga. No queremos reconocer que en esos setenta y cinco o cincuenta años que han pasado desde que asomaran a los mercados (iba a decir kioscos, pero kioscos ya no quedan) han existido una serie de equipos creativos que han ido haciendo todas las posibles combinaciones (con o sin repetición), todas las posibles permutaciones (con o sin repetición) que se les han ido ocurriendo. Pretender a estas alturas un quiebro original, un giro nuevo, una sorpresa narrativa es una quimera propia de nuestros gustos de fanboy que quieren volver una y otra vez a esa adolescencia de la que quizás no hemos sabido ni podido escapar.
Nuestros personajes son los mismos personajes que leían nuestros abuelos. Y recuerden: no comemos ni bebemos lo mismo que comían y bebían nuestros abuelos, no vestimos como vestían nuestros abuelos, no conducimos ni cantamos ni follamos ni vivimos como lo hacían nuestros abuelos. ¿Por qué ese empeño, entonces, en que nuestros personajes de entonces se nos presenten como algo fresco, como algo producido con la sensibilidad de hoy para nuestra sensibilidad de hoy?
Es un círculo vicioso, un problema sin solución. De ahí, claro, las continuas vueltas atrás, los back to the basics cojoneros, el matar o no matar a los personajes, el cambiarles la ropa o el peinado, los villanos, lo que se pueda. Vestir de otros ropajes lo que en el fondo es una antigualla.
Porque, encima, nos hemos vuelto cómodos. No queremos los lectores (y sobre todo no quieren las editoriales) que pase el tiempo. Queremos que Spiderman sea siempre Peter Parker, que Batman sea siempre Bruce Wayne, que Los Vengadores.... (bueno, no sé quiénes son ahora Los Vengadores). Y cuando se intenta remozarlos, en vez de romper los folios y partir de cero (caso del universo Ultimate) lo único que tenemos es dos series paralelas que en seguida se encuentran con los mismos problemas de continuidad, esa palabra que hemos inventado para justificar que los tebeos no se entiendan para el público general y nos llenen de ira a los expertos.
Hubo un tiempo en que el mundo del tebeo (el mundo de la cultura pop, en general) era variopinto y colorido. Popular, exactamente. Había cientos de personajes, y esos personajes tenían miles, millones de lectores. Eran conocidos en todas partes del mundo. Se les consideraba propios. Pero el tiempo inmisericorde apagó sus estrellas.
Quizá como tiene que ser. Quizá como tendrá que suceder algún día con los personajes de los tebeos que seguimos queriendo disfrutar y ya no disfrutamos.
Hubo un tiempo en que Tarzán era conocido por todo el mundo: en los tebeos, en las películas, en los libros. Fue el principal icono del siglo XX. Creó, en todos los países, legiones y legiones de imitadores, los tarzánidos. Hoy, ni siquiera con las películas de Disney y las series de televisión de dibujitos, es popular. Ya no lo conoce nadie. Ha caído en el olvido de los media.
Y quien dice Tarzán, que fue lo máximo, dice otro montón de personajes que un día fueron y ya no son, que han desaparecido: Rip Kirby, Ben Bolt, El Guerrero del Antifaz, Flash Gordon, Las hermanas Gilda, Terry y los Piratas, X-9, El Jabato, El Cachorro, Hopalong Cassidy, Carpanta, Red Ryder, Cuto, Dick Tracy, El inspector Dan, Popeye... cientos.
Lo que fueron está ahí (o debería estar ahí, que esa es otra). Pero su ciclo vital terminó. Y el mundo siguió su camino. Lo mismo que tendrá que suceder con nuestros personajes, y con nosotros.
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