Antes de que perdiera el hilo les contaba que después de escribir Lágrimas de luz me quedé sin palabras. Literalmente. Imagino que el esfuerzo de aquel sprint contra mí mismo me dejó hueco, con depresión post-parto, o dominado en lo literario por la personalidad y el estilo de Hamlet Evans.
Sea como fuere, cualquier cosa que intentara escribir (que tampoco es que intentara escribir mucho, porque estábamos en la segunda mitad de los años ochenta y entre trabajos, responsabilidades, decepción por el mundo editorial --que ya era una mierda entonces como lo sigue siendo hoy, poco hemos avanzado en eso, o hemos retrocedido hasta como entonces-- mi carrera literaria se quedó en segundo plano). También puede que tuviera que ver, fíjense ustedes qué tontería, que mi vieja máquina de escribir roja dijo hasta aquí llegué, y me quedé sin el instrumento con el que pensaba. Nunca llegué a acostumbrarme a la máquina de escribir eléctrica de segunda mano que compré para sustituirla y a la que apenas saqué nada desde un punto de vista literario.
Lentamente, empecé a escribir de nuevo. Pero la sombra de Hamlet Evans seguía siendo alargada. Jugué con otros géneros y otros estilos, los cuentos no de ciencia ficción y fantasía que iba improvisando, buscando diferenciarme del personaje y meterme en otros géneros. Recuperé en algún momento un viejo cuento inédito, "Cromosoma", que tendría que haber publicado en el que no llegó a ser el último número de Jaramago, y lo reescribí de pe a pa, cambiando el final. Y cambiando, especialmente, el narrador. Donde aquella versión post-holocausto del rapto de las Sabinas terminaba en el primer relato con la sorpresa final de que las mujeres raptadas por la tribu de Rask estaban también contaminadas y eran incapaces de tener hijos sanos, ahora alteré el final y conté, desde el punto de vista de una de las mujeres infértiles, su decepción y su dolor por haberse visto dadas de lado y sustituida por otras mujeres que sí conseguían parir hijos sanos. Cambié también el título del relato, que pasó a ser "Como el paisaje roto", y se publicó en alguno de los fanzines de la época.
Una docena y pico de páginas y me costó la misma vida, ya digo, escribir con otro estilo donde no me sonara la voz de Hamlet. Con todo, es un relato al que le veo cierta rima interna (que no música) que me molesta un tanto.
Hay una anécdota curiosa sobre este cuento que me parece muy divertida. Elia Barceló lo dio a leer a sus alumnos de la universidad austríaca donde trabaja, sin el nombre del autor. Y les lanzó la pregunta: ¿está escrito por un hombre o por una mujer? Todos pensaron que era una mujer quien lo había escrito, por el componente feminista y sensible y tal. Y entonces, cuando Elia descubrió que era un hombre quien lo había escrito, la percepción fue que el cuento era machista.
Un día, harto de estar harto, cogí un clasificador, me decidí entre las dos o tres novelas que tenía en mente, y opté por empezar la redacción de lo que muchos años más tarde sería La leyenda del Navegante.
Había pensado mucho en ese libro, desde los primeros borradores previos a Lágrimas de luz. Y había llegado a la conclusión de que lo que estaría bien sería que cada uno de los personajes que iban conociendo a Salther Ladane a través de sus aventura contara su parte: un libro a muchas voces sobre un mismo personaje, una especie de reconstrucción biográfica estilo Rosaura a las diez.
Entonces caí en la cuenta de que el libro, de ser así, necesitaría unas dos mil páginas. Y opté por escribirlo desde el punto de vista del personaje que más me atraía: no Salther, sino Ysemèden Elsinore. Y me puse manos a la obra.
Empecé a trabajar muy despacio. Enormemente despacio. Por entonces ya había conseguido leer El señor de los anillos, que se me había atascado dos o tres veces. Y había leído mucho a Vargas Llosa y, creo que hacia el final de la primera parte, leí el Bomarzo de Múgica Laínez. La mezcla de esos sonidos era el sonido que yo quería para mi libro. Pero seguía sonándome en la cabeza la construcción de las frases, la inseguridad, las reflexiones de Hamlet Evans.
Escribí las ciento y pico primeras páginas de ese libro a mano. La máquina de escribir me resultaba ajena, me daba una velocidad en la frase que no era lo que yo quería. Pretendía una prosa lenta, medida, como correspondería, en la ficción del libro, a lo que estaría escribiendo Yse (o Durante Nay Dingal, nunca he tenido claro si hizo de negro en la redacción) en alguna biblioteca remota de Crisei, a la luz de las velas. O sea, un intento de escribir como escribiría otro, como redactaría los párrafos y los diálogos (y las descripciones) tal como lo haría un personaje de ese mundo prerrenacentista.
Tardé mucho tiempo en escribir la primera parte. Tanto, que la abandoné varias veces, rehice una y otra vez la redacción, incluso lo pasé a máquina con tinta azul mar (este mismo azul del fondo de pantalla). Creo que llegué a hacer, por este método, unas ochenta o noventa páginas, espaciadas en más de un año.
Entonces el primer ordenador entró en mi vida. Y también entraron las primeras traducciones.
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Categorías: Ciencia ficcion y fantasia